jueves, 17 de septiembre de 2009

*Vigencia del libro: conservar o progresar (en dos partes)

Primera parte
Hace cerca de veinte años, con mi entrañable amigo Carlos Firpo, quien desde hace un tiempo se encuentra traveseando por las calles de Málaga, emprendimos una simpática aventura editorial. La cosa era publicar versos en un envase distinto al modo convencional del libro. Inspirados en la caja de los cigarrillos franceses, los Gitanes, queríamos reproducir la misma cajilla que contendría pequeñas hojas sueltas con las poesías impresas. La primigenia idea de Carlos fue comenzar con “El Romancero Gitano” de Federico García Lorca pero vimos que la extensión de algunos poemas complicaba el proyecto. Y pensamos en los tangos que, además de preferir la idea de incursionar en una cuestión de nuestra cultura intestina, la extensión de cada tango se acomodaba al tamaño de la tarjeta y, por otra parte, nos permitía encarar una propuesta no transitada hasta ese momento: editar pequeños volúmenes de este rico y no siempre bien valorado aporte cultural de las letras de tangos, separados por temas. Y así fue que vio la luz la colección de los Estrofasos (en adelante, E) con ilustraciones de destacados artistas plásticos que contenían 30 tangos sin filtro en cada título (atado) entre los diez publicados, los que fueron Cambalache (filosofía popular); Malevaje (de puro macho); Malena (pebetas y percantas); Cafetín de Buenos Aires (bodegones y escolaso); Sur (Buenos Aires y sus barrios); La calesita (de la evocación); Manoblanca (de carreros y de pampas); Los mareados (copa a copa); Tango (a través del tango) y Chorra (picaresca y buen humor. La colección completa llevaba una simpática cajita impresa y también podían adquirirse por atados sueltos. Cada título llevaba una suerte de introducción. En el primero de ellos, “Prólogo con variaciones”, Carlos y yo terminábamos declarando:
“Confesamos que nos divirtió la idea de este tierno chiste de los Estrofasos. Nos lo permitimos a partir de sentir el tango como parte nuestra. Y no es cuestión de caer en excesos reverentes con las propias entrañas. Ojalá sean muchos los que se dediquen a convidar Estrofasos a los amigos, novias y parientes. Nada más que por las ganas que tenemos de recuperar, cualquier día de estos, el sano vicio de cantar nuestra propia canción.” Porque esa era la idea precursora: convidar tangos, en lugar de cigarrillos, que no dañan la salud.
El éxito emocional que obtuvieron los E fue rotundo. A todos les encantaba. A nuestros amigos y a los extraños que se asomaban al asunto. A quién le llegó a sus manos un atado de E lo elogiaba y procuraba tenerlo, guardarlo, comprarlo, siempre que alguno de nosotros o algún promotor entendido en la cuestión le explicara al curioso interesado, probable cliente, de qué se trataba. Así pasó con funcionarios, artistas, diplomáticos, empresarios, profesionales, algunos de los cuales de gran cartel, que se entusiasmaron con está simpática y original idea. El resultado final de la aventura fue que nuestro narcisismo se sintió gratificado en abundancia. Pero no ocurrió lo mismo con nuestros bolsillos, ante la sorpresa de los amigos que no podían creer que tal cosa ocurriera con semejante iniciativa. Tratamos de buscarle la explicación.
La primera, obvia, es que lo emocional y lo comercial no van, precisamente, de la mano. Que cada esfera tiene sus reglas y que muchas veces llegan a ser antagónicas.
Voy a contar algunas breves experiencias con los E: el primer tropiezo fue con el encuadernado ya que la técnica de esta especialidad no estaba habituada a esta forma; luego con las distribuidoras (de libros) que se lo daban a sus corredores que llevaban en su valija varios títulos y aquellos se volcaban a los que, está probado, les reporta más comisión; les dejaban los E, sin muchas ganas, a las librerías en consignación; éstas, las librerías, no sabían dónde ponerlos, en las mesas se los robaban porque eran chiquitos o la gente los rompían cuando querían revisar el contenido; al final los exhibían al lado de la caja del negocio, donde no se veían y eso les complicaba el trabajo; los terminaban devolviendo; en la feria del libro había que estar al lado de la mesa porque también el público, en la ansiedad por saber qué era, los terminaban rompiendo; en los kioscos de revistas al ser tan chicos los complicaban a los diarieros que también los acababan devolviendo sin exhibir. En suma, la venta fue un fracaso.
La conclusión terminante fue que resultó insensato intentar la comercialización por el camino de los libros, con una forma tan nueva, distinta a la convencional, sobre todo si se carece de un aparato de promoción gigante que pueda imponer el peculiar envase, que exige una manipulación especial. Tratamos de venderlo como objeto pero no tenía un canal adecuado de salida ya que se trataba de un libro… que no era un libro. Por ende se convirtió en un dilema existencial, en la constatación dialéctica de que la forma hace a los contenidos y, finalmente en una resultante triste en el terreno de lo político ideológico: la evidencia de que en ciertas cosas no conviene ser progre; hay veces que no hay nada mejor que el conservadorismo. Al libro no hay con qué darle.
Con esta sentencia voy a comenzar mi próxima nota. Veremos.

Buenos Aires, 17 de setiembre de 2009.

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Segunda parte
Al libro no hay con qué darle. Con esta conclusión terminaba la anterior. ¿Es así?
Hace poco, charlando con mi amiga Rose, bibliotecaria de corazón, en una de esas ocurrencias informales, sanamente provocativas, le dije que los medios electrónicos terminarían desplazando al multisecular reinado del libro ¿Para qué? ¡No! Me dijo, con una sonrisa entre la ira y la suficiencia.
En realidad yo no tengo ningún interés ni el más remoto deseo de que el libro se llegue a morir. Comparto con Rose el amor hacia tan viejo como entrañable compañero pero, ahora me pregunto, ¿es el libro lo que amamos o es lo que él nos transporta, lo que nos cuenta, lo que nos historia, lo que nos poema? Hay veces nos cruzamos con libros detestables pero, en realidad, ¿es al libro lo que detestamos o es a su contenido, a su autor? El libro es, creo, el mensajero, que puede ser hermoso, tal como un mensajero bien ataviado, pero es sólo eso. Y nos parecerá tan bello, tan seductor, tan cálido, tan profundo como lo sea el mensaje que nos porta. Y por mucho tiempo fue el libro un mensajero exclusivo. Surgieron alternativas como el teatro o la radio o el cine que nos podían contar el mismo cuento, pero es otra cosa. No es la letra escrita, que nos deja el espacio para que levante vuelo nuestra fantasía, que nos deja ser los dueños del tiempo para nuestra vinculación con él, o volver atrás sus hojas y releer sus páginas. Y como objeto, hermoso aunque sea rústico en su forma, como esas ediciones baratas de bolsillo, en tanto que su contenido nos apasione, nos corte el aliento, como cuando estamos deseando retomar la lectura las veces que una inoportuna circunstancia nos interrumpe.
Mi idea, más allá de la provocación, es saber que los medios electrónicos están avanzando. Ya se dice que los diarios van reduciendo su tiraje debido a la competencia de Internet. Yo mismo dejé de comprar los diarios pues me resulta más fácil y operativo leer las noticias en la pantalla. Y al volver a casa, al día siguiente de la discusión con mi amiga, leí en la web de Clarín una noticia acerca de que se viene el libro electrónico, que es plegable y pequeño, como un libro o mejor ya que hay libros voluminosos que son difíciles de manipular, que este es fácil de transportar, que ya algunas editoriales están cargando los textos en la red, que hay librerías importantes como Amazón que ya ofrece obras vía electrónica a 10 dólares, que a efectos de evitar el rechazo están cuidando de generar un aspecto de impresión similar al del libro, que los textos uno los puede cargar electrónicamente sin necesidad de hacerlo mediante la PC, que el uso del papel se va tornando en un serio problema ecológico, que hay mecanismos que permiten que uno agrande la tipografía a su necesidad y a su comodidad visual.
Y para colmo de todas estas revelaciones acabo de crear mi propio blog y esto me abrió a otras sensaciones cuyas puntas me aparecieron ahora pero todo hace suponer que se irán abriendo muchas más al correr del tiempo y la experiencia. Primero la facilidad para hacerlo y luego una sucesión de ventajas como ser el buen aspecto visual de la página, la rapidez y sencillez para cargar los trabajos, la facilidad de la consulta, la posibilidad de aplicar correcciones, la enorme capacidad de difusión que tiene, la inmediatez en este sentido, lo económico del procedimiento tanto en la producción como en la difusión de los materiales, la facilidad para publicar y difundir los trabajos. Hay una frase atribuida a Borges que decía que publicar es el modo de dejar de corregir. Ya eso, en este caso, no cuenta.
Este mismo texto que estás leyendo, que ni bien termine de escribirlo estará, de inmediato, colgado en un sitio, en mi blog, al que podés acceder, estés dónde estés, siempre que haya acceso a la red.
Es tan abrumadora la posibilidad que se abre con este recurso en el campo de la cultura que nos resulta difícil dimensionarlo. Y que no lo podremos hacer si nos aferramos a los íconos conocidos, al conservadorismo. No tendremos, por lo visto, más remedio que hacernos progresistas.
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Buenos Aires, 18 de setiembre de 2009.
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1 comentario:

  1. Es la misma diferencia que existe entre un delivery mirando la tele o comer con luz y música tenue con tu compañero.
    Abismal
    felicitaciones por el artículo y por el Blog

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