miércoles, 16 de septiembre de 2009

*Carta a una mujer

24/abril/2003

Me pidieron que escriba una carta a una mujer, a cualquier mujer, y la elegí a usted. El motivo que me empujó a la elección fue la fecha, debo entregar la nota hoy, jueves 24/4, y en estos días puede ocurrir una catástrofe y usted entrar en mi vida, en nuestras vidas, como una presencia intolerable. No por usted, que me parece insignificante, sino por todo lo que representa y lo que que sin duda, si se da lo que muchos tememos, crecerá en implicancias.
No la conozco, mejor dicho, no más que lo que a uno se le cuela sin quererlo, destilado por medios que venderían potes de mierda, y de hecho lo hacen, por el único afán que los impulsa, convenirle a sus cajas registradoras. Pero no importa, con los retazos con que me la muestran basta y sobra. Ni se me ocurriría mover un pelo, investigar y esas cosas, para escribir sobre usted.
A primera vista tiene una apariencia atractiva, pero las personas son un universo más complejo que lo que demanda apreciar una muñeca inflable a través de una vidriera. En una persona esos atributos (las formas, la sonrisa, el modo de caminar y de moverse) pasan a segundo plano. Me refiero a esas virtudes que pueden apreciarse en concursos de “belleza” o desfiles de modas, similares a las competencias de ganadería que parecen concebidas para insumo de onanistas, en los que dicen tuvo usted un papel destacado. Con sólo esas dotes, una vez calmados los primarios deseos, dan ganas de hacer lo de Grandinetti en la película esa en que, después de usarla, aprieta el boton y... a los cocodrilos. Pero tranquila señora, con usted ni eso. El solo pensar que el esperpento que luce como marido le puso la mano encima a uno le helaría hasta el pelo. Y si nos diera un poco más de tiempo para hacer otras asociaciones, la bronca provocaría tal calentura que licuaría el hielo para darle paso al asco. Porque nadie como usted, que no parece tan idiota sino más bien una certera y fría calculadora, puede ignorar el tipo de personaje que lleva puesto. Y no hablemos de dinero, que no se trata de un vuelto sino de una fortuna incalculable, robada al país, del que usted goza mientras palpita con ojos desorbitados y boca babeante de heredera angurrienta, y del que por cierto es cómplice usufructuaria. Hablemos de los crímenes, de los múltiples crímenes pergeñados por él, que el decir popular, vox populi, vox dei ya que no la corrupta justicia, le imputan, en una acumulación interminable de impunidades. Hablemos de haber puesto al país al borde de la disolución al enajenarlo a intereses privados de los que en muchos casos es socio. De haber conformado una numerosa banda de delincuentes voraces como él que costará lo indecible en desactivar. De haber promovido la estupidización de gran parte del pueblo con el sádico propósito de conseguir su apoyo, rédito funcional a su estrategia. De haber sido el principal actor de un país al servicio de la farándula y la frivolidad a la par, como cruel paradoja, de ser el autor de las bases para la construcción de una miseria inigualada en la historia del país. De haber sido el principal modelo para fijar la idea, desde antiguo instalada en el imaginario popular, de las ventajas de ser piola, de ser rana, de ser pícaro, y su contribución a consolidarlo como virtud al patrimio cultural colectivo. Y todo eso tan solo para lucir su grotesco narcisimo y de paso sacar provecho personal.
Y usted mientras tanto maneja la sociedad conyugal al colmo de haberlo enemistado con su propia hija, especie de novia incestuosa de ayer, que por cierto no es una santita inocente ya que bien sabe que la fortuna que ella también maneja con desparpajo –el festín da para todo- no salió de la contracción al trabajo y al sudor de papito. Claro, la nena es una competidora para su ambición de Lady Macbeth y si la ocasión le fuera propicia, como se percibe en su plácida mirada, le hundiría sus tacos aguja en los ojos y luego se los devoraría como un cuervo.
Escuché por ahí que está embarazada. El otro día recordábamos la frase de Sholem Aleijem, esa de que el fruto siempre cae siempre cerca del tronco. Si el anuncio que echó a rodar su equipo de promoción no fuera una triquiñuela más para engañar incautos, si el germen de ese reptil que oficia de progenitor pudiera dar vida a algo, si un fruto pudiera nacer de semejante tronco, pobre angelito, “El bebé de Rosemarie” sería, comparado, un porotito. Además, de tan tortuosos dones genéticos al inocente crío no le alcanzarían varias generaciones para levantar el muerto y responder por las facturas que le dejó papá y sacó buen provecho la complicidad de mamá.
Ahora reparo que no mencioné sus nombres. En realidad no hace ninguna falta. Todos sabemos quién es quién. Y se hará justicia. No lo duden.

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