miércoles, 16 de septiembre de 2009

* Encuentro del abuelo de Fiona con el abeto de San Telmo

Historia de un encuentro que al principio parece algo raro y de cómo siguió después
Néstor Jorge Dobal,

Todo lo que aquí voy a contarte es la pura verdad,
porque son cosas que me pasaron… por la cabeza

Mi nietita querida Fiona:
Una tarde de sol iba yo caminando por las calles de mi barrio, San Telmo, ciudad de Buenos Aires, en mi país que también es el país de toda tu familia, menos de tu hermanita Lara, que se llama la Argentina, en América del Sur y queda muuyy leeeejos de donde viven … cruzando el Océano Atlántico, mucha distancia y demasiada agua para ir nadando o en bote… te decía que iba caminando, esa tarde de sol en el mes de Diciembre, pleno calor del verano, porque en el Sur en Diciembre es el verano, no como en tu ciudad, Madrid, donde estás junto a tu hermanita Lara, que en ese mes es el frío invierno, porque estamos del otro lado del globo que llamamos la Tierra… y mientras caminaba por las calles de San Telmo iba saludando a los vecinos:
 ¡Buenas tardes doña Sofía! ¡Hola, buenas tardes! ¿cómo está usted don Manuel?
Siempre paseo por las calles de mi barrio o por el Parque Lezama que me queda cerquita. Voy siempre a caminar porque le hace bien a mis piernas, cansadas de tanto caminar y el médico me pide, cosa que suena rara ¿no?, que camine más para que estén más sanitas. Me gusta caminar pues voy viendo cosas, que siempre son distintas, aunque parezcan las mismas, y así que voy, uno y otro día si está lindo, porque si llueve fuerte no salgo, pero si garúa o llueve finito salgo igual aunque con paraguas, gorrito de lluvia y zapatos de goma, para no mojarme la cabeza ni los pies y así, te decía, voy por mi paseo hasta que en esa tarde de sol que te estaba contando pasé, como muchas veces lo hago, por la esquina de las calles Perú y Juan de Garay, que tiene un negocio llenito de macetas para vender, con flores de todos los colores, con nombres tan lindos como ellas, que la gente de por aquí llama Pensamientos, Nomeolvides, Malvones, Margaritas, Rosas y que también tiene plantas, plantones y plantitas puestas en mitad de la vereda, que alegran la vista y el corazón, y ese día, o mejor dicho, esa tarde de sol, cuando pasé por ahí sentí un chistido chiquito, me di vuelta y no vi a nadie y me dije, qué raro, me habré confundido, me habrá parecido, y me dispuse a seguir caminando y otra vez,
 Chist, chist
que ahora agregaba bajito, bien bajito como para que nadie escuchara,
 Señor, acá, por acá
y entonces sí, retrocedí unos pasos para mirar por si escondida entre las plantas había una persona que no había visto al pasar, mejor dicho un chico, porque la voz parecía la de un chico, de un chaval como dicen ustedes, y nadie, y cuando ya estaba cerca de las plantas, despacito escuché:
 Acá señor, soy el arbolito que está al lado suyo, soy el abeto.
¿Eeeehhhhhh? Y me paralicé. Miré a los costados y también adentro del negocio y me tranquilizó no ver a nadie. No sabía si estaba soñando y por un momento temí estar mal de la cabeza o que la gente me tomara por loco. ¿Dónde se ha visto un arbolito que hable? De todos modos, a mi edad he visto tantas cosas raras que una más… Y, después de todo ¿porqué no iba a creer si lo estaba escuchando, si estaba frente a mí? Además, me dije, adelante hombre, veamos hasta dónde llega esta historia, total ¿qué tienes que perder?
A esa hora de la tarde hacía bastante calor y la mayoría de la gente estaría metida en sus casas, durmiendo la siesta, y el dueño del negocio puede que estuviera por allí, dentro del local, regando las plantitas para que no se secaran o tomando él mismo un vaso de agua, que también nosotros, las personas tenemos que regarnos por dentro cuando hace calor. Al ver que estaba solo me agaché, como disimulando, haciendo ver como que miraba el arbolito. De golpe se apareció el dueño del negocio y me sacudió sin parar una serie de palabras en cataratas:
 ¿Le interesa señor? ¿Vio qué lindo retoño de abeto? Lo puede usar para adorno o para armar un arbolito de Navidad y está muy barato ¿no quiere aprovecharlo?
Me quedé mudo, sin saber qué hacer. Por cierto que yo no había salido a comprar nada y mucho menos había pensado en comprarme un abeto, quería solo caminar unas cuadras, pero frente a la situación que se había producido y que sólo los dos, el abeto y yo, conocíamos, le pregunté el precio. Es cierto lo que decía el vendedor, no era tan caro. Lo pensé un momento y decidí comprarlo y llevarlo para casa. No es cosa de todos los días que uno se tope con un abeto hablador. El vendedor envolvió la parte de la maceta para que no me ensuciara y me fui tan campante, caminando con mi flamante abeto a cuestas, deseando estar a solas con él para ver si me volvía a hablar. Como cruzaban por la vereda algunas personas lo arrimé hacia mi, casi poniendo mi nariz dentro del arbolito y le dije bajito, por las dudas, tratando de arrimar mi boca a su oreja… ahí me sorprendí preguntándome ¿dónde tendrán las orejas los abetos?... bueno, no importa en este momento, y le dije:
 No se te ocurra hablar ahora que pasa gente.
y me contestó también por lo bajo:
 Ya sé, ya sé.
Por lo visto también tienen ojos los abetos. En fin, para que estuviéramos un rato a solas me dirigí al Parque Lezama pensando que en algún banco del parque, a la sombra de los árboles enormes, íbamos a estar tranquilos y allí largarnos a hablar todo lo que quisiéramos. Encontramos un banco ideal, a la sombra de un ombú, que es un árbol muy bonito y muy grande de por acá, sin nadie cerca. Me senté y acomodé la maceta con el abeto sobre el banco, a todo lo ancho para que nadie se sentara y pudiéramos estar solos y hablar los dos con toda tranquilidad.
 Bueno, le dije ahora en voz algo más alta ya que no veía a nadie por los alrededores, aquí estamos ¿a ver? te escucho, y le agregué con aparente suficiencia, ¿qué querías decirme? …
Después de un momentito de silencio que me inquietó un poco me dijo con dulzura de abeto:
 Gracias abuelo, gracias por haberme escuchado y porque me compró, si no lo hubiera hecho me habría puesto muy triste, muy triste de verdad.
 Pero decime, le dije, en primer lugar ¿porqué me hablaste a mí? ¿porqué me elegiste a mí?, y agregué, porque ¿debo suponer que no le hablás a cada uno que pasa por esa esquina, no? además… ¿cómo sabés que soy abuelo?
Y ahí mucho se agrandó mi sorpresa cuando me contestó:
 No solo sé que usted es un abuelo sino que es el abuelo de Fiona, una hermosa niña, la hermana mayor de Lara, otra niña muy bonita, que viven en Madrid con sus padres.
Ahhh, no, no, no. Esto era demasiado. Así que no sólo había dado con un abeto hablador sino que también era adivino. Pero como a esta altura uno se acostumbra a todo, no era cuestión de perder el tiempo haciéndome preguntas innecesarias y ahí mismo pensé, vamos, aprovechemos la magia del momento que quizás esto no se va a repetir en la vida, que eso creo, cuando se da un momento de magia, aunque no lo entendamos, es mejor dejarse llevar por la situación, para qué la vamos a andar espantando con cosas de la razón y con preguntas duras si no nos hace nada mal abandonarnos al momento y dejar que las fantasías agradables vengan hacia nosotros así que adelante, sigamos esa charla tan simpática e inofensiva. Le pregunté, como siguiéndole la corriente pero para disimular mi sorpresa
 ¿Así que conocés a mi nietita Fiona?
 Pues si, en parte, si.
 ¿Cómo que en parte? ¿Qué querés decir?
 Es que yo no la conozco personalmente. Tan solo la escuché hablar por teléfono.
Ahí salté, ya un poco enojado porque pensé, este me está tomando el pelo,
 ¿Qué me estás diciendo?
Y me di cuenta que estaba casi gritando y debía tener cuidado pues alguien si me veía y escuchaba de lejos pensaría que yo era un loco que andaba hablando solo, así que bajando el tono y cuidándome de no hacerme notar agregué, como burlándome:
 ¿Así que hablás por teléfono también?
Y me contestó con una suavidad que me hizo sentir un poco de vergüenza:
 No, no. No es eso. Lo que ocurre es que los abetos, cuando se nos menciona, tan solo con nombrarnos, unas ondas especiales que hay en el aire nos trasmiten las conversaciones que tienen quienes hablan de nosotros y ahí nos enteramos de todo, de las personas que nos nombran y de lo que dicen y hasta de cómo son esas personas. Por eso yo lo reconocí al pasar a mi lado.
 ¿No me digas? ¿Y, me quieres decir, cuando demonios hablé yo de abetos? ¿A ver?
 No, usted no habló, fue el otro día ¿no se acuerda que charlando por teléfono con su nietita Fiona, ella le pidió que le dibujara un abeto?
 Aaaahhh pero, si, si, es verdad, tienes razón, un abeto, claro, ahora me acuerdo. Esto es increíble. Claro, ahora si… que le dibujara un abeto me pidió… y tú… pero… todavía sin reponerme de la sorpresa y buscando algún argumento “razonable” que ya se me iban terminando… es que yo pasé por esa esquina por casualidad. ¿Y si hubiese ido por otra calle?
 Eso es lo que usted cree, que fue por casualidad que pasó. Aunque usted no se diera cuenta yo lo estuve llamando para que viniera enseguida pues tenía miedo que me vendieran a otro y ahí si, iba a ser difícil que nos encontráramos.
 Sin embargo yo no escuché nada.
 No, no, claro, es que lo llamé por esas ondas del aire que no pueden escuchar las personas, las mismas que usé para saber de la charla telefónica que tuvieron usted y Fiona… Pero… que va, este no es el momento para que se lo trate de explicar… es el lenguaje que tenemos los árboles y las plantas. Es difícil que algunas personas lo entiendan. Hay quienes lo entienden un poquito más. ¿Vio que hay gente que les habla a las plantas y consiguen llevarse bien con ellas y hacen que crezcan más lindas y sanitas y nunca se secan y en cambio hay otros que las plantas no le duran, que se le secan enseguida o se les llenan de bichitos y se enferman con pestes raras? Bueno, por ahí va la cosa, pero no se apure. Ya le llegará el momento de saber esos misterios. Su nietita Fiona se lo va a poder explicar más adelante. Ahora, dijo como cortando el tema, volvamos a lo nuestro que no tenemos mucho tiempo…
Mirá Fiona, te diré que a esa altura ese tonito de suficiencia del abeto no me gustaba nada. Se había hecho como dueño de la situación. ¿Qué se creía? Así que se lo dije, medio enojado, medio seco, le dije:
 Che abeto, ¿qué te creíste? No seas mandón. Mirá que te devuelvo al negocio, ehhhh. O te planto en cualquier lado.
 No, no, no. No quise ser mandón, para nada. Lo que ocurre es que su hija, que para Fiona es la Tía Andrea, se va en estos días junto a su familia, los seis de su familia, con sus hijos, que son los primos de Fiona, que se llaman Santi, Manu, Fede y Javo y con el papá de ellos, tío de Fiona, de nombre Andrés, todos se van a España a visitar al hermano de la Tía Andrea, Diego, que es su hijo de usted y es el papá de Fiona, y al resto de la familia madrileña, que son su mamá Liliana y su hermana Lara y hay cosas que hacer y no hay mucho tiempo…
Me quedé con la boca abierta. ¿Cómo era posible que el dichoso abeto supiera todo esto. Tratando de reponerme le pregunté:
 Y ¿qué es lo que tenemos que hacer, dime? ¿Qué tienes que ver tú en esto?
 Y ¿para qué cree que lo llamé, sino? Para que lleguemos a tiempo.
 Bueno, veamos ¿qué tenemos que hacer?
 Pues verá ¿qué le ha pedido Fiona? ¿Qué usted le dibuje un abeto ¿no es verdad?
 Así es.
 Eso nos da la posibilidad de que yo pueda viajar y llegar al lado de Fiona, que es adonde quiero estar.
 No entiendo.
 Está claro, así como estoy, hecho un árbol, no puedo viajar pues no me dejarían ir en el avión ni me dejarían pasar los controles aduaneros ni de migraciones porque no tengo pasaporte, así que lo que vamos a hacer es que me lleves a tu casa, ya ahí fue tomándose un poco de confianza y comenzó a tratarme de tú, para que podamos estar solos, es muy importante que en ese momento estemos solos tú y yo y que no hablemos con nadie de lo nuestro pues de hacerlo se romperá el sortilegio y entonces yo no podré ir con Fiona. Así que vamos en camino, no perdamos más tiempo. Llevame a tu casa, por favor.
Lo dijo de una manera tan firme que me convenció. Tenía su carácter este abeto. Me puse de pie, lo levanté del banco y salimos en silencio hacia mi casa que está a poca distancia del parque. Por suerte no me crucé con ningún conocido en el camino que me pusiera en un aprieto preguntándome cosas sobre el arbolito. Al llegar a la entrada del edificio, algo escondida nos sorprendió la portera, doña Sofía, que estaba lustrando los bronces de la puerta de calle del lado de adentro y apenas nos vio dijo:
 Ay, pero que lindo arbolito que se compró don Jorge ¿es para Navidad?...
Faltaban pocos días para Nochebuena y se sabe que mucha gente arma estos arbolitos para esa fecha. Para salir del paso le dije:
 No, no es que…
 Ssshhh, escuché bajito y vi que doña Sofía miró rápido a los costados y me preguntó
 ¿qué fue eso? ¿quién chistó? ¿fue usted?
y yo rápido,
 no Sofía, yo no fui y no escuché nada… y cortante agregué… y el arbolito no es para mí, es un encargo que me hicieron…
…y seguí hacia el ascensor que esta vez tardaba más de la cuenta. Temía que Sofía siguiera con preguntas inoportunas ¿porqué será que a veces las porteras son tan curiosas? Por suerte, al ver que no le di más bolilla con la conversación siguió frotando con su paño sobre el bronce y se puso a cantar, caminito que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar… y llegó el ascensor y subimos y ya en camino le reproché al abeto
 ¿querés embarrar todo? ¿qué necesidad tenías de ponerte a chistar?
 Es que tuve miedo.
 Bueno, de ahora en adelante confiá en mi y callate.
 Está bien.
Al abrir la puerta del departamento escuché música que venía de la radio y silbé, que es la manera que tenemos con la abuela Graciela como contraseña para que el que está en la casa sepa que el otro está entrando. Escuché como respuesta el silbido de ella, que estaba trabajando como es habitual en su computadora y mientras yo me quedé en el pasillo con el abeto a cuestas ella me preguntó desde su lugar
 ¿qué tal la caminata?
 Bien, con una sorpresa.
 ¿Ah sí? ¿Cuál?
 Es que… me compré un árbol…
 ¿Cómo? Y la curiosidad la hizo pararse y venir hasta la puerta de entrada… Ay, qué lindo… pero… ¿qué es? un abeto ¿no?
 Si, claro, es un abeto pequeño…
 Qué bonito… Y ¿dónde lo vamos a poner, en el balcón?
 No, no… si me disculpás, ahora estoy un poco apurado y no te lo puedo explicar porque es algo largo de entender. Ya te lo explicaré después. Ahora necesito quedarme un momento a solas con el abeto pues tengo que cumplir un pedido…
 Bueno, está bien. Yo de todos modos ya tenía que salir, vuelvo en un par de horas, así que te puedes quedar tranquilo con tu abeto.
 No, es que, no es mío, ya lo verás.
 Bueno, está bien, hasta luego. Espero que a la vuelta me cuentes esta extraña historia del abeto.
 Es muy interesante, ya lo verás.
 Bueno, hasta luego.
 Hasta luego.
Y salió. Y me quedé a solas con el abeto que, a todo esto, por suerte no abrió la boca por aquello de que se podía romper el sortilegio. Lo apoyé sobre el escritorio y le dije, y me dije,
 bueno, manos a la obra. A hacer el dibujo. A ver ¿cómo es mejor, dibujarte sobre un papel o en la computadora?
 Como quieras ¿tienes lápices de colores?
 A ver, a ver, sabes que no, no tengo.
 Pues da igual, hacelo en la computadora. El asunto es que el dibujo sea colorido pues si no está hecho de colores no puedo saltar.
De pronto me acordé que habíamos pasado un rato largo juntos y por las dudas le pregunté
 ¿tenés sed?
 Ay si, sabés, tengo las raíces algo secas. ¿Podés darme un vaso de agua?
 Enseguida, y mientras iba a buscarlo a la cocina le pregunté
 ¿preferís fría?
 No, no. Natural es mejor, que el frío en el verano no me cae bien, me pone afónico.
Y ahí pensé que a partir de ahora las cosas podían cambiar bastante y le pregunté, mientras le echaba el agua en la maceta:
 a propósito, cuando viajes y llegues a Madrid y estés con Fiona, ¿vas a poder hablar con ella si estás en un dibujo?
 Si, pero será algo distinto, ella podrá hablar conmigo de la manera natural, en voz bajita como la que usa cuando juega con sus animalitos de juguete y sus muñecas y yo le contestaré sin sonido, por las ondas que te contaba, que sólo ella podrá entender ese lenguaje silencioso de los abetos cuando estemos a solas. A la única que se lo podrá enseñar dentro de unos años es a su hermanita, Lara, para que pueda hablar conmigo de la misma forma pues los grandes no suelen entender estas cosas.
 Pues mira, yo soy bastante grande, le dije.
 No, pero tú eres distinto, eres el abuelo de Fiona y yo debí forzarme para que me hagas este favor.
 ¿Y no podrías haber elegido a mi hija Andrea o a alguno de mis nietos para hacer lo mismo?
 Si, pero ellos no suelen pasar por la esquina donde estaba yo esperando. Además ya están las cosas así, ¿para qué darle más vueltas? Parece que querés perder el tiempo. ¿Porque no nos ponemos a trabajar de una buena vez?
 Ah, qué bonito ¿Nos ponemos, decís? Si el que tiene que hacer el dibujo soy yo.
 Está bien, sos vos. Vamos. A dibujar entonces.
 Otra vez, caracoles, no puedo soportar que te pongas así, en mandón. Te hace antipático.
 Disculpá, es que estoy nervioso y sigue pasando el tiempo y temo no poder llegar a viajar.
 No te preocupés que llegaremos. Bien, ya me pongo a dibujarte.
 Si tenés alguna duda preguntame que creo que te puedo ayudar. Entonces quedamos que me harás en la compu ¿no?
 Si. Ya la estoy encendiendo, a ver… Ya está. ¿De qué tamaño te quieres?
 Da igual, con que quepa en una hoja común estará bién.
 Vamos a ver, el tronco marrón… ahí está… y la copa verde… ¿Qué te parece? ¿Va quedando?
 Va, va… pero tienen que ir varios tonos de verde, no ves que tengo algunas ojitas mas oscuras y otras más claras…
 Ajá. Así ¿está bien?
 ¿A ver? Si, ahora si. Pero falta algo.
 ¿Qué?
 Ahora, de vez en cuando me riegan que si no, no puedo vivir.
 Y ¿qué querés que haga?
 Que si yo paso a ser un dibujo, dibujés también un balde con agua que con eso bastará para que Fiona me riegue de vez en cuando.
 Bueno pues, ahí está tu balde. ¿Te gusta?
 Está bueno.
 ¿Hay algo más que se te ocurra?
 ¿No te das cuenta?
 No, la menor idea.
 Decime, vos para vivir tenés que beber ¿no?
 Así es.
 Entonces tomás agua u otra bebida.
 Claro.
 ¿Y nada más?
 Bueno, también debo comer algo.
 ¿Y qué te creés, que nosotros los abetos no necesitamos alimentarnos?
 Ahh, ahora caigo. El sol. Claro, también necesitás el sol para vivir.
 ¿Ves? Hice bien en elegirte.
 Gracias, sos muy amable. Vamos, aquí te dibujo el sol que necesitás. ¿Qué tal quedó?
 Hermoso. Me encantan sus bigotazos. Lo hace más importante. Muchas gracias. Bueno está casi todo listo.
 ¿Porqué “casi” todo?
 Porque me tienes en la pantalla del monitor y allí no puedo saltar, debo hacerlo sobre un dibujo en papel.
 Me querés decir que debo imprimir el dibujo.
 Eso, pero antes quisiera saber una cosita. ¿Cómo me vas a mandar a España?
 Bueno, no lo pensé pero ahora que me lo preguntás creo que lo mejor será que te mande dentro de una carpeta transparente de acrílico para que se te pueda ver desde afuera y no estés tan encerrado y junto irá una carta donde le explicaré a Fiona todo lo que pasó (esta misma carta), así conoce la historia de nuestro encuentro. ¿Te parece bien?
 Me parece perfecto, pero veo que hay un pequeño problema: por ahora Fiona no sabe leer ¿cómo se enterará de lo que le contás en la carta?
 Ah, eso si me lo pensé: le encargaré a los primos, a los tíos y después serán sus propios papis que se irán turnando para leerle lo que le escribí, porque la historia es algo larga y necesitan varios para ir leyendo todo lo que pienso contarle o sea, toda la historia de nuestro encuentro y todo lo que pasó entre nosotros.
 Bueno abuelo, creo que está todo claro y en orden.
 Entonces ¿imprimo el dibujo?
 Si, por favor.
 Ahí va… ¿Qué te parece? ¿Cómo quedó?
 Me gusta. ¿Creés que le gustará a Fiona?
 Supongo que sí.
 Bien, no más vueltas. Poneme sobre esa mesa (la mesa grande del comedor ¿te acordás?) junto al dibujo que ya salto.
 Ya está.
 Pues ahí voy…
 Esperá abeto, no te vayas todavía. Antes quiero decirte que estoy muy contento de haberte conocido y que te pido que le mandes mi cariño a Fiona y que la acompañes y le sirvas de alegría para cuando esté triste o tenga algún problemita.
 No te aflijas. Eso haré. Pues allá voooyyyyy…

…y, a pesar de que a cualquiera pueda sonarle a cuento, el arbolito que estaba sobre la mesa de pronto se convirtió en un fogonazo de humo verde y azul y desapareció y el dibujo se agitó, se movió, tembló un poquito y, aunque suene increíble, después de eso el abeto desde el dibujo mostró primero como un brillo y ahí mismo pude ver en él como una sonrisa de satisfacción…
Creo que se llevarán bien entre los dos.

Tu abuelo, que te quiere

A partir del momento en que recibas el dibujito y esta larga carta, la historia del abeto estará en tus manos y en tu corazón

…y feliz cumple el dos de enero de 2005 (ya van cinco, qué lindo crecer !!!)

Buenos Aires, diciembre de 2004

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