miércoles, 16 de septiembre de 2009

*Será justicia

11 de junio, 2003

Vivimos un momento de cambio. Transición de una época de idiotez y perversión a una que parece entrar en zonas de cierta normalidad. Cambiamos Presidente, lo que a los argentinos no nos dice mucho, pero algo suena distinto. Corroídas, ensuciadas instituciones están siendo removidas, ventiladas, barridas con inusual energía. Una de ellas, la justicia. No perdamos tiempo en cosas en las que coincidimos, como la necesaria remoción de la Corte Suprema. Veamos sí, qué nos sugiere esa palabrota, justicia, con más armazón que sustancia.
Bien lo advertía Dick Bogarde en aquella película de Losey, Por la patria, cuando le hacía notar al fiscal que no hay que confundir justicia con derecho. El diccionario miente que son sinónimos. No es lo mismo o, en todo caso, nuestro derecho viene a ser un pariente degenerado de la justicia. Mientras que ésta es un ideal, una hermosa meta dificil de alcanzar en tanto perfectible, mal podría el derecho ser una meta, como finge serlo, ya que su desenlace es ambigüo y contradictorio. Ilustra en parte la anécdota de que en la biblioteca de los letrados la mitad de los libros dicen que si y la otra mitad que no. Es un intento de suavizar la cuestión. No es tan así. El derecho se hizo un sistema que por lo general responde a intereses no precisamente jurídicos. Se arrima dónde mejor calienta el sol. Más allá de sus postulados ideales, es el irónico testimonio de la injusticia que sigue imperando entre los humanos.
Y a pesar de semejantes antecedentes, la justicia, y como si fuera poco la política, fue mayormente apropiada por licenciados en derecho que, a juzgar por lo visto, demostraron saber poco y mal de todo aquello. Lo que sí saben es cuidarse, como corporación ejemplar, de que a su quinta no la profanen los abogados de secano, que son quienes se meten a opinar de estas cosas sagradas sin haber estudiado jurisprudencia, presumiendo entender de leyes, a pesar de que bien podrían saber de justicia y, mucho más por cierto, de injusticia.
El derecho nació con buen pie. En su origen romano la Ley de las XII Tablas una vez escrita fue sometida a una asamblea popular y así aceptada. Este Código fijaba que patricios y plebeyos eran iguales ante la ley, nada menos. Más tarde la historia, asistida por profesionales en leyes que se encargaron de borrar con la toga lo que escribían con la pluma, nos fue llevando a este páramo de bellas palabras e infierno cotidiano donde reina la injusticia y, lo que es peor, se indujo a los pueblos a que crean que esta situación es un fenómeno natural, inmodificable.
A raiz de la crisis de la Corte Suprema, el otro día reporteaban por la radio a un ex juez quien se declaró a favor de la remoción. No obstante, al querer definir el término dijo que entendía que la justicia era lo que resguardaba la vida, la fortuna y la libertad de los individuos. Reveladoras palabras en un país cuya mitad de su población fue puesta en estado de miseria. Coherencia de quienes siguen llamándole Palacio a lo que debiera ser, con austera modestia, Casa (de Justicia); reminiscencia monárquica de un país con fallida aspiración democrática a cuyo máximo tribunal para impartir “justicia” le seguimos diciendo Corte. Las palabras marcan la ideología. Y la nobleza obliga.
Mal que les pese a muchos elitistas del derecho, la justicia no será hasta que los pueblos, en su variedad, con su ignorancia de tanto chisme jurídico pero con su rica aunque devaluada sabiduría arrabalera, no se sienten a la mesa a compartir la responsabilidad de procurar una mejor justicia para todos y no para unos pocos, asumiendo un rol protagónico, participativo. Y cuando el lenguaje justiciero pierda el hermetismo que lo hace inaccesible y a las cosas se las llame por su nombre. Al pan, pan y a la justicia, justicia. Basta de colgarle aditamentos para confundir como, por ejemplo, eso de justicia social. Porque, los legos le preguntamos a los sabios: ¿Cuándo la justicia podría haber dejado de ser un hecho social?

No hay comentarios:

Publicar un comentario