martes, 15 de septiembre de 2009

* Joaquina y las hadas

Buenos Aires, 6 de setiembre de 2009.
Para mi nieta Fiona que al momento de volver a su casa de Madrid quedamos en escribirnos y allí le prometí un cuento. ¿De qué lo quieres? le pregunté. Me gustan de hadas, me dijo. Pues bien, aquí va.
Y también para su hermanita, mi otra nieta madrileña, Lara.
Y para las dos nietas argentinas, Mora y Val a las que, según me parece, le gustan las hadas. Espero que les guste. Yo me divertí mucho escribiéndolo.
Un beso del abuelo

Néstor Jorge Dobal


Joaquina es una niña de 11 años bastante normal. Hija mayor de una familia normal, con un papá, Emilio, y una mamá, Rosamunda, digamos que normales y un hermanito, Elías, ni más travieso ni más tranqui que los demás chicos de su edad. El resto de su familia es también normal, con primos, tíos y abuelos que se aman. Va a la escuela cerca de su casa en la que anda bien, tanto en la relación con sus compañeras y compañeros como en su desempeño escolar. Vive en un piso cómodo, sin lujos pero sin que le falte nada de lo necesario, en un barrio discreto, rodeado de árboles y jardines con plaza de juegos adonde se encuentra para jugar con amigos y amigas de su edad y con quienes comparte festejos de cumpleaños y reuniones diversas. Esto ocurre en una ciudad normal de un país normal. En cuanto al aspecto físico de Joaquina, también es lo que puede decirse el de una chica normal: ni demasiado alta ni tan petisa, ni una flaca chupada ni un tonel redondo de grasa, ni morena oscura ni rubia lechosa, ni una belleza deslumbrante ni una fea monstruosa, de esas con lunares peludos en el medio de la nariz que sirven para asustar a la gente que pasa.

Todo en la vida de Joaquina va, lo que se dice, como sobre ruedas… y sin embargo no está del todo conforme con su suerte. Tiene otras aspiraciones… más importantes. No le gustan muchas cosas. En primer lugar detesta su nombre, ni está en paz con su cara, ni con sus pantorrillas, ni con el color de su pelo, ni con la forma de su cuerpo, ni con su edad, quisiera ser más grande para tener más libertad, y está harta de sus aburridas obligaciones a las que, según ella, la fuerzan a atender cuando a veces está cansada sin ganas de hacer nada, ni le caen bien algunos de sus amigos y hasta a veces se enoja con su hermanito que es, dice, un poco hinchón y no le agrada para nada cuando la mamá lo consiente o lo mima demasiado. Es que, si por ella hubiese sido, le habría gustado ser hija única para no tener que compartir los besos y caricias de sus papás con ningún otro. Además la enoja que su mamá le haga hacer cosas como ordenar su cuarto cuando ella está tan agotada y que todas las mañanas la despierta demasiado temprano con el consabido… vamos, arriba Joaquinita, a despertarse, vamos mi amor, a levantarse para ir al cole, vamos mi hermosa, arriba que tengo que ir al estudio… y allí sigue el besito de cada día… cuando tiene tanto sueño y hubiera querido seguir durmiendo… y su papá cuando a veces se enoja y la mira con cara de pocos amigos porque hace alguna macanita de nada que después de todo cualquier niño hace...

Joaquina ve en las películas que otras niñas son más grandes y tienen nombres más lindos y son hermosas y bailan perfecto y cantan tan bien, con padres elegantes e importantes, con casas suntuosas, con parques y piscina propios y perros hermosos y salones de juegos y caballos en los que cabalgan por un verde prado y coches de lujo enormes con chofer y muchas mucamas que hacen de todo y cocineras que cocinan manjares y dulces como para rechuparse los dedos. Qué hermosa vida de película, de cuento de hadas, que se pasan esas niñas… ¿Y por qué ella no puede?

En su cuarto tiene su compu y por las noches sus papás le permiten estar allí sentada un rato, antes de acostarse, para chatear, jugar y navegar por Internet. Esa noche está rendida de cansancio y después de ponerse su pijama con florcitas celestes se acostó y se durmió sin más… Al ratito despertó asaltada por la preocupación de siempre, su deseo de que todo fuera distinto y fue a sentarse a la compu para consultar si no habría por casualidad un sitio en la red que le permitiera resolver su permanente inconformismo, no sabía de qué manera encontrarlo y se puso a buscar y de pronto, ¡qué bueno!, una web llamó su atención. Era un sitio de una organización llamada Good Fairy Institute o algo así, no decía de dónde era, estaba en inglés pero con versiones en todos los idiomas. Eligió el español para no tener que trabajar traduciendo y allí abrió una página que le hacía preguntas que la dejaron boquiabierta ya que parecía que la conocían, como por ejemplo: ¿qué te ocurre? ¿no estás del todo conforme con tu persona? ¿ni con la manera en que se va desarrollando tu vida? ¿con las cosas que te pasan? y continuaba: No te preocupes: nuestro departamento de atención al cliente que no está contento con su suerte, mediante nuestro equipo de Good Fairys (Hadas buenas) estarán sin cargo a tu servicio para resolver cualquier deseo tuyo. Sólo tienes que llenar los datos que figuran aquí: nombre completo, ciudad donde vives, edad y un detalle de las cosas que te preocupan, qué desearías cambiar de tu persona o de lo que te rodea y de inmediato se aparecerá el Hada Buena designada por nuestro equipo especial de asesores para atender tu caso personal y procurar una solución a tus inquietudes. Una vez completados los datos sólo tienes que cliquear en el círculo amarillo que está ahí arriba a la derecha de la pantalla, ese que tiene una varita mágica resplandeciente ¿lo ves?… Quedó paralizada. Dudó. Le dio un poco de miedo. ¿Qué pasaría? ¿Sería verdad todo esto? ¿No la pondría en problemas?... Bueno, al fin de cuentas estaba en su cuarto, en su casa, frente a la pantalla de la compu… ¿Qué podría pasarle?… Llenó los datos requeridos. Total, si veía que las cosas se ponían feas apagaba rápido el equipo y listo… Vamos a ver… se acomodó en su asiento, tomó el mouse en su mano derecha, puso el dedo índice de su mano izquierda sobre el botón de power de la compu para apagarla ni bien apareciese algo dudoso, respiró hondo… y cliqueó sobre el círculo amarillo. De inmediato en la pantalla surgieron luces y brillos cambiantes de todos los colores, como fuegos artificiales y una grata música de fiesta y de pronto apareció sonriente un rostro de mujer de una hermosura y simpatía como no había visto jamás en su vida, con un áurea brillante que la rodeaba, un vaporoso vestido de gasa color rosa suave y una varita mágica restallante en su mano derecha. Miraba a Joaquina con ternura acariciante y con una dulzura sin par le habló, le dijo:

 Hola Joaquina, cómo estás, te estuve esperando desde hace mucho tiempo, vengo para ayudarte, para cumplir tus deseos. Pedime lo que quieras que te lo concederé…

Quedó muda y paralizada, sin saber qué responderle. Ella había leído muchos cuentos de hadas pero en el fondo pensaba que todas esas eran fantasías de los libros, de las historias fantásticas que se les ocurrían a los autores, pero… ¿no estaría soñando? Al fin de cuentas la imagen estaba en la pantalla… No. Tomó fuerzas y le respondió.

 ¿Quién sos? ¿Cómo sabés mi nombre? ¿Eres de verdad? ¿Por qué estás vestida así? ¿Es un disfraz?

La misteriosa y encantadora imagen de la pantalla le contestó:

 No, no es un disfraz. Es mi ropa de trabajo habitual. ¿En verdad que no te dás cuenta de quién soy?

Joaquina solo movió la cabeza a un lado y a otro como una autómata negando, como que no podía creer lo que estaba pasando a lo que la imagen le dijo en un susurro:

 Soy tu Hada Buena, Joaquina, y vine para ponerme a tu servicio. De nuevo te digo: pedime lo que quieras.

Y Joaquina, después de dudar un momento respondió,

 Mmmm… Nooo… No te creo. Acaso voy a creer a una simple imagen que está allí, en la compu. Si fueras en verdad mi… Hada Buena, como decís, no estarías ahí, en una pantalla…

 Cerrá los ojos Joaquina- le dijo el hada con dulce firmeza.

 Nooo, no, no… ¿para qué?

 Cerralos un momento, por favor. Haceme caso.

Joaquina la miró, algo turbada. De nuevo, firme y tierna a la vez:

 Cerrá los ojos un momento, Joaquina.

Los cerró y al momento en la pantalla sonó como un fogonazo, una especie de relámpago, un destello que inundó la habitación y asustó a Joaquina que le hizo abrir los ojos de inmediato. No vio nada. La pantalla se había apagado. Estaba desconcertada. Giró la cabeza tratando de entender y quedó asombrada, con la boca entreabierta. El hada estaba ahora en persona sentada al borde de su cama y la miraba sonriendo con ternura.

 Hola Joaquina. No te asustes. Soy yo. ¿Me creés ahora?

 Ssssiii… - dijo en un hilo tembloroso de voz, entre el estupor que empezaba a mezclarse con una extraña alegría- Pero… ¿Cómo?... mirando alternativamente a ella y a la pantalla.

 No importa. Esas cosas a las hadas no nos está permitido revelarlas… Lo importante es que estoy aquí para ayudarte… Pero mejor no perdamos más tiempo… Contame un poco en que puedo ayudarte que es tarde y tenés que dormir…

 Es que… no sé… Tengo un poco de miedo… ¿Y si viene mi mamá y te encuentra aquí y nos ve charlando, qué le digo?

 No te preocupes. Tu mamá no va a venir. Nadie puede escucharnos. No tengas miedo…

 ¿Estás segura?

 Sí, mi amor. Tranquila. Dale, contame…

Joaquina se quedó mirándola y el Hada Buena le devolvió la mirada con una tranquilidad y una paz tal que ello la fue animando y poco a poco comenzó a describir todas las cosas que no le gustaban de ella y de su vida y que deseaba fueran distintas. El Hada escuchaba con atención. Daba toda la sensación de que ya sabía todo lo que le iba diciendo. De improviso la interrumpió para preguntarle:

 ¿Cómo te gustaría llamarte?

 ¿Eh? Nnno… no sé…

 Arwen te gusta, ¿no?

 Siiiiiii… -¿Y cómo lo sabía? Ese era el nombre de la chica de “El señor de los anillos”. Es un nombre raro y siempre le gustó a Joaquina… Pero ella… ¿cómo lo sabía? -Si, si. Me gusta mucho…

 Pues bien. Desde mañana, al despertar, serás Arwen y vivirás su vida, es decir, la tuya, en medio de su, de tu familia, de tu palacio, tu mundo, tus demás cosas…

 Y ¿Después qué será de mi vida? Esteee… quiero decir… ¿de la vida de la otra? Esteee… ¿de Joaquina?

 Nada. Se evaporará en el tiempo. No sabrás nada de ella…

 ¿Nunca? ¿No me voy… ni a acordar de mi?... Digo… ¿Joaquina… nunca más?

 Solo un ratito en los próximos tres meses. Estés donde estés, en cada luna nueva, hacia el fin de la tarde, desde el momento en que el sol se oculta totalmente tras el horizonte, durante quince minutos, tan sólo por ese tiempo, recuperarás la memoria y te acordarás de la que eres ahora, de Joaquina y de su mundo, como para darte cuenta de los beneficios del cambio que has tenido en tu nueva vida…

 Y… ¿no voy a extrañar? ¿No me va a doler el recuerdo de lo que perdí?

 ¡Para nada!... Porque serán tan grandes las diferencias, tanto lo que has ganado, tan hermoso será todo lo que te rodea que te alegrarás del cambio… Vas a ver… Vas a tener todo lo que querías… Era tan convincente el tono y las palabras del hada que Joaquina estaba como embobada, como hipnotizada y, además, invadida por la curiosidad de lo que estaba viviendo y del futuro anunciado por esta dulce y seductora enviada de un mundo de magia con el que siempre había soñado. Y el hada agregó: -Y ahora, sin más, duérmete, que me quedaré a tu lado un rato velando tu sueño. La acarició, la guió hasta su cama, la ayudó a acostarse, la tapó y le besó suavemente la mejilla. Que duermas bien…

 ¿Y decime… ya no te veré más?

 No. Es que ya no te haré más falta. Vamos, duérmete. Adiós pequeña Joaquina… Y le acarició la cabecita.

Joaquina cerró los ojos y a pesar de estar tan acontecida por todo lo ocurrido sintió una dulce tranquilidad y al ratito se durmió plácidamente.


 Miss Arwen, Miss Arwen. Good morning my dear. Your breakfast is ready…

La agraciada joven de 18 años, Miss Arwen, abrió los ojos y se encontró, como todas las mañanas, con Mary Ann, su vieja y fiel Institutriz inglesa y junto a ella, su mucama personal, Serena, que portaba una gran bandeja de plata en la que había servido su variado y rico desayuno de todas las mañanas. Miró a su alrededor, su cama, su cuarto, todo de un lujo y un buen gusto deslumbrante. A través de los grandes ventanales podía apreciarse el extenso y bello jardín que rodeaba al enorme palacio que era su casa de invierno donde transcurría varios meses en los Alpes suizos. El resto del año lo pasaba en su mansión de San Diego, California. Ya era próxima la ocasión, en pocos días, de retornar allí. Despertó algo cansada pues la noche anterior había concurrido al baile en la mansión de sus vecinos, los Robinson.

 No Mary Ann. No tomaré más que un jugo. ¿Qué tenemos hoy?

Mary Ann consultó la agenda y le respondió:

 Aquí lo tengo, Miss Arwen. Ahora a las 9 su clase de canto con su maestro il Signore Gentile, a las 10 ejercicios de danza con su maestra Madamme Irinova, a las 11 y 30 su clase de equitación, a la 1 de la tarde su clase de francés con Monsieur Jouvet, a las 4 su coiffeur privado Jean Paul y a las 7 su paseo de los viernes en mi compañía por el parque de la ciudad. Luego a las 9 la cena y a las 10 su baño, sus oraciones y a la cama…

 ¿Hay noticias de mi madre?

 Sí Miss Arwen. La Dra. Lewiss habló desde París diciendo que se demorará unos días más…

La madre de Arwen era una abogada muy ocupada y prestigiosa. La veía muy poco a su hija. Además había llegado a sus oídos el comentario de que estaba de paseo en un romance que pretendía furtivo con un artista, según parece un pintor bohemio, por París.

 ¿Preguntó por mí?

 No Miss Arwen. Preguntó si estaba todo en orden por aquí y le respondimos que sí. Dijo que estaba muy ocupada y enseguida cortó la comunicación.

 ¿Y de mi padre, alguna noticia?

 Estuvo por la mañana muy temprano. Me comentó Ferdinand, el mayordomo, que vino a buscar unos documentos y salió apurado en su helicóptero. Dejó dicho que debía volar por asuntos importantes a Estocolmo por algunas semanas. Que lo disculpara pero no tenía mucho tiempo que perder…

El padre de Arwen, el Ingeniero Lewiss, era un empresario importante que casi no paraba en su casa y cuando lo estaba seguía ocupado en sus negocios, por otra parte muy variados que nadie en la casa sabía en qué consistían. Tenía muy poco diálogo con su hija. También se comentaba que habría dando vueltas por ahí algún romance misterioso, aunque no se sabía si estaba enredado con una mujer o…

Arwen cumplió ese día, como siempre, con todo el programa que le imponía la agenda. Era viernes y por lo tanto al final de la tarde tocaba el paseo por la plaza. Le gustaba esto de ir a la plaza del pueblo porque con ello salía del marco de su mundo tan cerrado y ello le permitía cruzarse con la gente común. A las 7 de la tarde emprendieron el viaje, Mary Ann y ella, que llevaba consigo su libro de francés. Viajaron en su imponente limousine negra conducida como de costumbre por su elegante chofer uniformado. Al llegar a la plaza descendieron del coche y comenzaron la caminata las dos mujeres. Después de un rato, al llegar a uno de los bancos algo apartados de la plaza, Arwen decidió sentarse y cuando Mary Ann se disponía a hacer otro tanto le pidió que la dejara, que se fuera a caminar por ahí o que aprovechara a comprarse unas cosas en la calle principal, lo que quisiera, que ella prefería quedarse un momento estudiando francés sin ninguna compañía. Lo del libro era un pretexto. La Institutriz obedeció la orden y Arwen quedó sola. En realidad esta situación no hacía más que reproducir lo que constantemente sentía a pesar de lo intenso de su programa de actividades diarias: un profundo vacío, ausencia de afecto por nada y, por sobre todo, sin recibir afecto de nadie más allá de las formalidades de rigor. No tenía el cariño de los que la rodeaban, en particular el de sus padres que estaban ocupados en sus cosas y si bien no le hacían faltar nada de lo material le retaceaban el alimento esencial de cualquier persona que aspira a una vida plena: el amor. Era duro soportar tamaña desdicha.

Los últimos reflejos del sol de la tarde se iban disipando entre las ramas. Era el día de luna nueva aunque Arwen no lo sabía. La última de las tres oportunidades que el hada había anticipado. Se acentuó la oscuridad y de inmediato apareció en la memoria de Arwen la imagen de Joaquina y supo que antes esa niña había sido ella. Y comenzaron a desfilar las imágenes de sus padres, Rosamunda y Emilio, su hermanito, Elías, su amada familia, su casa, su barrio, sus añorados amigos, su escuela, sus compañeros, toda su vida pasada y se puso a sollozar con desconsuelo. Una anciana que pasaba por allí con la bolsa del mercado se detuvo frente a Arwen y tocada por la pena de la muchacha se sentó junto a ella. Dejó la bolsa en la punta del banco y tomó con cariño la cabeza de la desconsolada criatura, la que, tanto era su hambre de amor, se abandonó a la ternura de la anciana apoyándose contra su pecho. La señora dejó pasar un momento para que la muchacha se fuera calmando y después le preguntó:

 ¿Qué le está pasando a mi querida niña?

Era tan cálido el tono de la anciana y tan inusual esas muestras de afecto para con ella que Arwen le acarició la mano a la desconocida sin importarle este detalle y comenzó a respirar con un ritmo pausado y calmo para luego apartarse y mirarla con similar dulzura. Tan necesitada estaba de todo esto.

 ¿Quiere que le cuente?

 Claro que sí mi amor.

 Había una vez una niña llamada Joaquina que no estaba satisfecha con su vida… -y Arwen fue narrando con lujo de detalles todas las peripecias que habían ido ocurriendo, desde lo que sabemos de Joaquina, el cambio que se produjo en aquella niña hasta llegar al presente…

 ¿Así que conociste a un hada? ¡Qué maravilla! ¡Qué suerte la tuya, no es cierto? Y, contame… ¿Cómo son las hadas? ¿Es verdad cómo la pintan en los cuentos?

 Si, si… Son hermosas… Esta que yo… que Joaquina conoció era bellísima, joven, divina, con una voz dulce, encantadora, y su pelo suelto, rubio, un vestido de gasa glamoroso y una varita mágica… Todo como aparece en los cuentos…

La anciana se quedó mirándola sonriente y tierna. Hubo un silencio pleno de paz. Luego tomó la bolsa del mercado y hurgó en su contenido hasta que encontró una cebolla, la tomó y le quitó una de sus cristalinas capas externas y se la entregó a la niña.

 Tomá, mi amor. Guardala con cuidado entre las hojas de tu libro. Y esta noche, cuando te vayas a acostar, la colocas debajo de tu almohada… Y después de decir esto la besó y se puso de pie, le acarició el pelo y se fue caminando lentamente con su bolsa del mercado…

Arwen quedó mirándola irse como embobada con la hoja de cebolla entre sus manos. Tomó el libro y como una autómata la guardó con cuidado entre sus páginas y se quedó en medio de una extraña tranquilidad. Cuando llegó Mary Ann la encontró con el libro cerrado sobre su falda y la mirada hacia el camino donde había se había perdido la figura de la anciana señora. Volvieron al palacio en silencio. Cenó algo ligero y se fue a su dormitorio. Con delicadeza tomó del libro la piel de la cebolla y después de tenerla entre sus dedos y contemplarla la colocó con cuidado debajo de la almohada y se acostó. Ni bien apoyó su cabeza se quedó dormida y tras un momento que duró lo que queda entre un soplido y la eternidad fue escuchando una voz cálida y familiar que le susurraba… vamos, arriba Joaquinita, a despertarse, vamos mi amor, a levantarse para ir al cole, vamos mi hermosa, arriba que tengo que ir al estudio … Abrió los ojos y se encontró cerquita con la cara de su mamá que la miraba sonriente y la besaba como todas las mañanas y sintió que era el más maravilloso despertar que había tenido jamás… Se levantó contenta y se vistió como todas las mañanas para ir al cole… Y antes de abandonar el cuarto abrió las cobijas y las sábanas para que se ventilaran, como hacía todas la mañanas cada vez que se levantaba y al retirar la almohada una leve piel de cebolla quedó flotando en el aire atravesada por los rayos del sol…

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