lunes, 14 de diciembre de 2009

Cultura y Política

Cultura y política – Abel Posse y Martín Sabattella
por Néstor Jorge Dobal – 14/12/2009

Este nombre puede inducir a equívocos. Se sabe que todo hecho cultural va asociado a una cuestión política y viceversa. La separación de estos conceptos también obedece a distintas concepciones culturales y políticas. Pero las circunstancias del momento pusieron sobre el tapete a estos dos referentes que, si miramos a la ligera, encarnan la representación de estas dos disciplinas por separado pero también vienen a ilustrar, según lo acontecido en estos días por cada uno, que las dos se retroalimentan y a la vez en ocasiones resulta pertinente separar ciertas cosas.

El inesperado nombramiento de Posse a la cartera de educación en el gobierno de Macri sacó de las sombras culturosas a este escritor y funcionario diplomático y él mismo, con su resonante declaración pública en un medio como La Nación, donde es habitual que colabore lo cual de por sí define posiciones políticas que en este caso se acentúan. Como muy bien lo definió el periodista Ernesto Tenenbaum en un destemplado reportaje radial, se trata de un fascista que va a ocupar nada menos que el Ministerio de Educación de la Ciudad. Toda una revelación cultural y política. Lo más interesante del caso es que, de aquellas sombras, pasó de pronto a la implacable iluminación que nos permite conocer mejor quién es quién en la escena de la que formamos parte. Pero conviene que no nos apresuremos a cerrar el caso. Esto nos remite a otras revelaciones que habría que tener en cuenta. A veces la cultura y la política transitan por veredas opuestas.

Posse es autor de una serie de libros de muy recomendable lectura. Es el caso de la Trilogía del Descubrimiento, Daimón que refiere a las peripecias de Lope de Aguirre; Los perros del paraíso que alude a los Reyes Católicos ante la inminencia de la Conquista y El largo atardecer de un caminante que cuenta las increíbles aventuras de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Desde ya que estas obras no tienen nada de fascistas, son excelentes trabajos literarios, muy entretenidos y con una mirada inobjetable desde nuestra óptica de conquistados. ¿Y qué hacer entonces? ¿Vamos a perdernos el goce de tales proximidades estéticas y conceptuales por el hecho de que su autor expresa ideas políticas de naturaleza cavernícola?

Al fin de cuentas tales contrastes no son nuevos. Sarmiento, el autor de esa obra capital que es el Facundo es al mismo tiempo el degollador del Chacho Peñaloza y Lugones con su literatura y su poesía culmina en una triste defensa del golpismo uriburista: La hora de la espada. Lo mismo que la distancia que va desde la encumbrada e inatacable labor literaria de Borges a sus tendenciosas y discutibles declaraciones políticas o a la calidad de las novelas de Mario Vargas Llosa frente a su recalcitrante y derechosa posición pública. En estos casos los aportes culturales se deberían independizar de la política o, al menos, acordar que expresan compromisos contrapuestos. Hay otros casos más difíciles de entender. Una de las obras escritas más profundas y, en su momento y todavía, en inusitada línea política de avanzada, Revolución y contrarrevolución en la Argentina, de lectura muy recomendable, contrapuesta a la decadente historia oficial mitrista, fue escrita por un lúcido autor y brillante hombre político de izquierda, Jorge Abelardo Ramos, que de manera lamentable e inexplicable terminó sus días como funcionario del que quizás fuera el gobierno más corrupto, conservador y entreguista que debimos padecer los argentinos. Este hecho por cierto que no empaña su obra.

Y aquí entra otra cuestión, o más de lo mismo. Si miramos la comprometida obra cinematográfica de Pino Solanas nos resulta fácil identificarnos con su alto valor cultural y político por más que nos cueste entender, y nos duela y nos provoque tristeza, el hecho de que en ciertas ocasiones, como político, se haya puesto del lado de la Sociedad Rural o ahora se haya sumado al conglomerado opositor de la más recalcitrante derecha. Creemos que hay cuestiones cuya intransigencia debiera ser absoluta. Ese es el principal argumento de Martín Sabbatella, el de la cultura de la coherencia política, al que nos enorgullece adherir.

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miércoles, 2 de diciembre de 2009

Nuestras vísceras en proyección

comentario sobre la película a estrenarse mañana:
“El último aplauso” de German Kral
por Néstor Jorge Dobal – 2 de diciembre de 2009

Ayer martes fuimos a otra función del Cine Club Núcleo. Daban “El último aplauso”, una película argentina desconocida de un director argentino también desconocido, German Kral, residente en Alemania desde hace varios años. Digo fuimos ya que siempre voy con dos de mis nietos menores, Manuel y Santiago. Menciono esto porque hace al comentario de la vivencia compartida. Mis nietos apenas pasan los veinte, son buenos estudiantes universitarios, les gusta el cine y son sensibles y nos agrada mezclarnos en esto de ir a ver películas con regularidad, expuestos a la incertidumbre de una programación que nos elige otro, y acompañarnos nietos y abuelo y charlar sobre este y otros asuntos.

Antes de entrar me ocupo de averiguar de qué va la peli para motivarnos. Esta vez leí que el tema era sobre unos cantores de tango veteranos que se habían quedado sin laburo ya que solían cantar en un boliche desaparecido, el Bar El Chino de Nueva Pompeya. No conocí este lugar pero hace unos años tuvimos la suerte, junto a varios amigos, de ver y emocionarnos con la hermosa película, opera prima de Daniel Burak, “Bar El Chino” y por eso esta nueva aventura pintaba como algo bueno. Pero en el fondo yo desconfiaba de que lo que podía gustarme a mi, porteño jovato amante del tango, le interesara a dos jóvenes con presumibles distintos centros de interés. Les conté de mi experiencia anterior. El programa que leímos tenía como siempre la ficha y un extenso e interesante comentario del director. Decía que la profesora de cine y directora alemana Doris Dörrie le había dicho en Munich, en ocasión de un viaje de Kral en 1999, “Germán, en BsAs tenés que ir a un bar muy especial y hacer una película sobre él”. Cumpliendo ese edificante mandato el discípulo visitó el lugar y comenzó a filmar. En posteriores viajes siguió filmando. El programa también contaba de los protagonistas del film y de la historia. Mi incertidumbre crecía. Y allí fuimos. Y comenzamos a recorrer ese sorprendente viaje por el mundo de las emociones compartidas.

La película nos cuenta de un templo, el Bar El Chino, y digo templo sin temor a cometer herejía ya que un lugar donde se cuecen las profundidades del espíritu y lo mejor de la vida como es el amor, la solidaridad, la fidelidad, la alegría, no tiene mejor palabra para definirlo aunque cierta limitadora ortodoxia lo pueda tildar de pagano. Y nos habla de sus encantadores y apasionados y apasionantes fantasmas y de las historias de vida de un puñado de seres entrañables. Y todo está tejido por Kral de una manera magistral, convirtiendo al film en un ejemplar modelo de cine documental, donde los detalles, en apariencia nimios como comprar flores, pasear al perro, visitar el cementerio, hacernos entrar en los cuartos de esas criaturas, tomar mate en sus cocinas, contarnos sus cuitas, asistiendo a sus cantos, va mostrándonos a los seres que ilustra como si los diseccionáramos en vida, como si los miráramos por dentro, al trasluz. Y también nos muestra nuestro propio interior, nuestras propias vísceras en proyección, nuestra ciudad como pertenencia territorial, nuestra capacidad para vincularnos con nuestros queridos congéneres, nuestros prójimos que sufren, se frustran, se conmueven, se alegran, como algunos de nosotros. Y también nos muestra cómo una señora europea, una directora de cine alemana, tiene la capacidad de ver y valorar lo que nosotros, aquí, a veces no valoramos, nos pasa de largo, y orienta a su discípulo que, por suerte, se conectó con el consejo y nos regaló este intenso y vibrante documento. Resulta altamente llamativo que haya sido otro alemán, Win Wenders, quien rescató, quizá como nadie, el tesoro escondido en los viejos cantantes cubanos gracias a su inolvidable documental “Buena Vista Social Club”.

En la exhibición de anoche ocurrió algo inusual, la gente aplaudió en varios pasajes en que estos hermosos tipos cantaban, y al final de la proyección llegó un aplauso sostenido que era como soltar tanta emoción contenida. Para mi satisfacción, mis nietos Manuel y Santiago compartieron la emoción, cosa que me alegró por su profunda significación de una generación habitual e injustamente subestimada. Y hubo un regalo adicional: estaban los protagonistas junto al director. La gente los rodeó para expresar su cariño y el director pidió al público que recomendara la película. Pedido obvio. Sospecho que va a tener muchos asistentes. Y que con sus protagonistas, Cristina, Inés, Julio César y Abel más la excelente y alentadora, por tratarse de jóvenes que se dedican al tango –esa cosa que algunos creen que es patrimonio exclusivo de los viejos-, Orquesta Típica Imperial, va a pasar lo mismo que con la revitalización tardía que le propició Wenders a través de su película a Compay Segundo y a sus acompañantes con sus éxitos postreros. Todos ellos se lo merecen.

Pienso que es un verdadero desperdicio, por no decir una tontería, privarnos de hacerle un regalo a nuestro espíritu dejando pasar esta cautivante película, “El último aplauso”, que pone lejos, por cierto, al mencionado como que fuera el último. Y tenemos que ir ahora, antes de que la pedestre especulación de los exhibidores la baje de cartel.
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