miércoles, 16 de septiembre de 2009

*Mi lugar, mi ciudad

29 de mayo de 2003

Tardé en darme cuenta. Me tomó la vida.
Al principio eran datos a llenar en casilleros, accesorios de identidad. No más que eso. Por mucho tiempo el lugar que ocupaba era el que me había tocado. Caprichos del azar. Donde caí, caí. Más tarde, por referencias comparativas, llegué a tener una vaga noción de pertenecer a un espacio. Una casa, un domicilio, un barrio, una ciudad. Otros peldaños en la escalera de uno vienen a ser el país, el planeta tierra, el cosmos, pero hablar de ellos está más allá de lo que me propongo. Quiero referirme a la ciudad. A mi ciudad. A Buenos Aires.
Cuando pude pensarte, te buscaba afuera, desde la ventanilla del colectivo, mirando a mi alrededor, al andar por tus calles, por tus plazas, por tus colmadas terminales de trenes, en tus mercados, en las marchas y en los actos políticos y en las canchas, en los subtes, en tus parques, tus barrios, en el centro, en tus librerías de Corrientes, en tus cines, en el Luna, en las pizzerías, en Florida, el hipódromo, alrededor del Obelisco, en el tránsito empelotado, en los lugares de laburo, en Boca y River, en los tacheros, tus avenidas, tus canillas, colegios y facultades, tus árboles, monumentos, tus teatros, edificios, en el Riachuelo, restaurantes y boliches, por todos los rincones, y de pronto miré para adentro del colectivo, a la gente que estaba ahí o que pasaba y con la que nos podíamos tocar, oler, ignorar, conversar, observar, esquivar, criticar y que era parte indisoluble del paisaje de la ciudad y que tenía una historia, desde las míticas fundaciones ¿y fue por este río de sueñera y de barro, que las proas vinieron a fundarme la patria?, invasiones y aceite hirviendo, la plaza plagada de paraguas y escarapelas, los mazorqueros de Monserrat, el centenario, los inmigrantes, la infanta Isabel, los sainetes y el tango y Jorge Newbery y los setenta balcones y la fábrica Vasena y el 17 de octubre y los milicos y las dictaduras y los bombardeos cobardes y la puta ESMA y las Madres y las cacerolas y la gente revolviendo en la basura y los íconos de la ciudad, Homero, Carlitos, Evita, Walsh, Favaloro, Charly, Discepolín, María Elena, Carpani, Quino, Borges, la Negra, Gatica, Olmedo, Alonso, Bonavena, Tita, Palacios, Maradona, Troilo, Clemente, Copes, Berni, Mujica, Niní, Arlt, Rivero, Gelman, Gieco, Piazzolla, el Polaco, Quinquela, Tato, Tuñón, a mi se me hace cuento que empezó Buenos Aires, la juzgo tan eterna como el agua o el aire y de pronto sentí que ni hacia afuera ni mirando adentro del colectivo bastaba y me encontré metido en medio de todo eso, sin importar si me había tocado, si había estado ahí ni cómo, pero que había estado, que estaba, que estaba en mi, que era yo todo eso, porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy, con un lenguaje propio, porque el idioma de infancia es un secreto entre los dos y decir amor, te amo ¿cómo conjugarlo si hablamos de uno mismo? y por supuesto, aparece también el desamor, el desagrado, la bronca de ver todo lo mal, todo lo sucio, lo ridículo que se mueve en la ciudad, en mi ciudad, porque aquí me duele un tango y el calor de alguna mano y me cuesta tanto el mango que me gano, se mueve en mi y cuando le decimos nuestra bronca por todo lo desagradable a nuestro compañero de asiento en el bondi nos mira extrañado, como no entendiendo, como si la mierda cotidiana, lo que nos irrita, tanta miseria, el malestar urbano, la mugre, los olores, fueran cosas naturales y que no, viejito, que todo es muy contradictorio, cuánto dolor en el amor, cuánta bronca en la alegría y resulta que mi compañero de asiento es un espejo, soy yo mismo que me multiplico y que va por ahí, y también mi parte fea, sucia, inadaptada, y te digo una cosa, me tenés harto, me tenés repodrido pero, querés que te diga, sin vos yo no soy, mi Buenos Aires, querida...

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