miércoles, 16 de septiembre de 2009

*Viaje a través de un libro de tapas rojas

19 noviembre 2002

Mi vieja, una gallega laburante y de alfabetización precaria, tenía, había traído en su atado de inmigrante desde su pueblo de Laro para embarcarse en el puerto de Vigo, un libro, el único libro que hubo en la casa de mi niñez. Mi primer recuerdo es que se trataba de un objeto mágico. Más tarde, de a poco, se llenaron las fichas con que mi recuerdo se fue vistiendo: que aquel objeto era un libro, unas 800 páginas, buena encuadernación, tapas duras en tela roja con letras de un dorado gastado y que al trasponer esas mágicas puertas podía encontrar, para mi solaz infantil, atractivas ilustraciones a color que me transportaban a lugares de leyenda. Cuando pude descifrar esas letras supe el título del libro, nombre extraño, que se quedó conmigo para siempre: “Genoveva de Brabante”. Al autor no lo tuve en cuenta. Recién ahora, gracias a un auxilio enciclopédico tardío, pude saber que se trataba del escritor-editor español Saturnino Calleja y Fernández y supe que esa novela, que nunca tuve la suerte de leer -ignoro incluso el destino que tuvo aquel entrañable libro- era del género de literatura infantil que mi vieja, aquella niña madre aventurera que debió dejar a su primer hijo al cuidado de los abuelos con la idea de hacerlo venir en cuanto pudiera, en aquella travesía oceánica cargada de morriña por el abandono del terruño y de su minha gente y de sus romerías y de su lar galego, asustada y decidida, aferrada a la mano de su joven marido, a la postre mi viejo, en aquel mar demasiado abierto a la incertidumbre de su nuevo destino y que al llegar al lejano puerto de Buenos Aires y después, al instalarse en la humilde pieza de conventillo de aquella ciudad desconocida en sus primeros años de inmigrante, aquel libro, digo, habría sido un aliado maravilloso para darle algo de vuelo a su imaginación de aldeana, en los ratitos infrecuentes que le quedarían de recreo...
Siempre creí que aquellas tapas rojas habían sido un venero que al abrirlo en mi precocidad habría de alimentar mis precoces fantasías infantiles. Hoy, al ponerme a revolver la cajita de los recuerdos, siento que también ese libro querido me llevó de la mano para recorrer una remota ternura postergada.

***

No hay comentarios:

Publicar un comentario