miércoles, 16 de septiembre de 2009

*Contar desde uno

La propuesta es hacer una carilla a partir de cualquier suceso publicado. Reviso los últimos Página/12 y elijo dos noticias. Una, el silencio de Cristino Nicolaides ante el juez (siempre me pegó la postura inconcebible de los genocidas frente a la vida). La otra, muy breve: De patitas a la policía - una mujer entregó a su hijo de 8 años a la policía tras descubrir que había cometido un robo... Me volqué por esta. Tenía un mundo de cosas atrás. Separé el diario y lo dejé en la pila de papeles que tengo junto a mi PC para ver más tarde. Al final me puse a escribir sobre otra cosa: el apagón del domingo 24. En un momento, un titular a 4 columnas en la misma página salta sobre mi, provocándome: Al cuartel con el novio gay, con la foto a color de tres ridículos milicos a la puerta del cuartel. La nota, leida en su momento, me había parecido insólita y con polenta: la Guardia Civil española admite que sus efectivos homos puedan convivir con sus parejas en los cuarteles. A la derecha de la foto y justo encima de lo de la mamá y el chico, una nota con el título Grassi sobre el caso del cura homo abusador de menores, también sustanciosa. Pero la de España era la nota. Tenía sal y pimienta de sobra como para sacarle el jugo ¿Qué pasó? ¿Cómo no reparé en semejante asunto cuando estaba a la pesca del tema?
El otro día Sandra (Russo) nos dijo que para escribir sobre cualquier asunto conviene dejar en claro el lugar desde dónde uno lo mira. Tomar posición y enfocar desde ahí. Al verme frente a la situación que me acababa de ocurrir me sonaron dos chicharras: ¿Qué mecanismos operaron para que me salteara aquella nota? ¿Negación? ¿Represión? Obvio que era eso. Explicado lo primero quedaba lo otro, que era como meterme de lleno en el conflicto: ¿Desde dónde me pondría yo allí? ¿Qué condicionantes se interponían? ¿Cuántos y cuáles prejuicios? ¿Cuánto pesaba mi primaria historia cultural y mi adulta formación intelectual? Todo un desafío.
Soy argentino, porteño, que es decir bastante, hijo de inmigrantes españoles católicos, que es también decir. Bautizado, confirmado y primera comunionado, con traje de luces y todo. Mi educación temprana fue semipupilo en una escuela de los hermanos maristas, con rezo antes y después de cada clase, tediosas lecciones de catecismo, confesión los sábados por la tarde y comunión y misa los domingos bien temprano que equivalía a la obligación, muchas veces incumplida, de estar desde una a otra en estado de gracia, esto es, en ayuno pecaminoso o sea, ni tocarse, válgame Dios, por largas horas. Para los chicos del barrio, mi mundo infantil, no había homosexuales; podía haber comilones, maricas, pulastrones o directamente putos, esos tipos entre ridículos y despreciables que se la hacían dar por los varones. Mucho menos había mujeres homos o lesbianas; para nosotros eran tortilleras, aunque no entendíamos bien qué era esto. Pero estas cosas, sobre todo las “desviaciones” masculinas, nos producían rechazo, asco, enojo y hasta violencia. Más que pecado era un vicio, una malformación inconcebible. Al crecer solté algunas amarras. De jovencito leí a Ingenieros y Bertrand Russell que me despejaron el bocho para hacerme ateo y socialista. Pero por ahí abajo, nada. Un hétero convencional. Las únicas que me hacían cosquillas por ahí eran las chicas. Más tarde cumplí los requisitos de un tipo normal casándome y teniendo hijos. A los tumbos fui entrando en otros terrenos del pensiero. Una larga campaña de calentar divanes y leer ciertos autores me ayudaron a aclarar algunas cosas. Pude ver que aquella violencia resultaba, por lo menos, sospechosa. Me ubiqué y traté de pasar, incluso ante mi mismo, como un tipo objetivo, comprensible y moderno.
La extensa cita sobre mi persona no es para irme del asunto; es para mostrar lo complicado que se me hizo intentar ponerme de verdad al trabajar esta noticia. Y veo cuánto me cuesta despojarme de mi cultura y que, a pesar de todo, me temo que en estas cuestiones no consigo dejar de ser un lamentable producto cultural de un país facho hasta el tuétano por pura vocación. País de América, continente preso de la conquista española, una de las más despiadadas de la historia. País en sí, la Argentina, ex colonia de una España hipercatólica y que desde la disyuntiva patriótica hasta acá, fue trasculturizado y colonizado en lo profundo de su ser. Con su iglesia católica, una iglesia que en las horas cruciales olvida el precepto cristiano de amar al prójimo como a sí mismo y además sus fuerzas armadas y sus policías, instituciones todas estas que, salvo raras excepciones, tienen el avieso privilegio de pertenecer a la galería de las más reaccionarias, antipatrióticas, cómplices asociativas de genocidios, trogloditas, que se conozcan y que, sin duda alguna, todo esto nos marcó a fuego como sociedad.
Que lo de las parejas de militares gay haya pasado en España, con el antecedente de ser, hasta hace muy poco, el país destacado con el modelo fascista más prolongado de la historia, con una iglesia que protagonizó el despojo y la masacre americana de la conquista y que, para colmo, apadrinó a estos regímenes de muerte y de terror; con una Guardia Civil que era el máximo respaldo represivo del franquismo y que tiene el triste y cobarde galardón de haber asesinado a Federico García Lorca por ser homosexual además de republicano, no es poca cosa. La capacidad que ahora exhibe esta cultura varias veces centenaria con tal osadía para jugarse, para rectificarse, para optar por la libertad de elegir por sobre supuestos, mentirosos valores, que se inclina por el respeto al diferente por encima de las limitaciones de su pasado vergonzante, es todo un ejemplo.

3 diciembre 2002

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