lunes, 14 de diciembre de 2009

Cultura y Política

Cultura y política – Abel Posse y Martín Sabattella
por Néstor Jorge Dobal – 14/12/2009

Este nombre puede inducir a equívocos. Se sabe que todo hecho cultural va asociado a una cuestión política y viceversa. La separación de estos conceptos también obedece a distintas concepciones culturales y políticas. Pero las circunstancias del momento pusieron sobre el tapete a estos dos referentes que, si miramos a la ligera, encarnan la representación de estas dos disciplinas por separado pero también vienen a ilustrar, según lo acontecido en estos días por cada uno, que las dos se retroalimentan y a la vez en ocasiones resulta pertinente separar ciertas cosas.

El inesperado nombramiento de Posse a la cartera de educación en el gobierno de Macri sacó de las sombras culturosas a este escritor y funcionario diplomático y él mismo, con su resonante declaración pública en un medio como La Nación, donde es habitual que colabore lo cual de por sí define posiciones políticas que en este caso se acentúan. Como muy bien lo definió el periodista Ernesto Tenenbaum en un destemplado reportaje radial, se trata de un fascista que va a ocupar nada menos que el Ministerio de Educación de la Ciudad. Toda una revelación cultural y política. Lo más interesante del caso es que, de aquellas sombras, pasó de pronto a la implacable iluminación que nos permite conocer mejor quién es quién en la escena de la que formamos parte. Pero conviene que no nos apresuremos a cerrar el caso. Esto nos remite a otras revelaciones que habría que tener en cuenta. A veces la cultura y la política transitan por veredas opuestas.

Posse es autor de una serie de libros de muy recomendable lectura. Es el caso de la Trilogía del Descubrimiento, Daimón que refiere a las peripecias de Lope de Aguirre; Los perros del paraíso que alude a los Reyes Católicos ante la inminencia de la Conquista y El largo atardecer de un caminante que cuenta las increíbles aventuras de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Desde ya que estas obras no tienen nada de fascistas, son excelentes trabajos literarios, muy entretenidos y con una mirada inobjetable desde nuestra óptica de conquistados. ¿Y qué hacer entonces? ¿Vamos a perdernos el goce de tales proximidades estéticas y conceptuales por el hecho de que su autor expresa ideas políticas de naturaleza cavernícola?

Al fin de cuentas tales contrastes no son nuevos. Sarmiento, el autor de esa obra capital que es el Facundo es al mismo tiempo el degollador del Chacho Peñaloza y Lugones con su literatura y su poesía culmina en una triste defensa del golpismo uriburista: La hora de la espada. Lo mismo que la distancia que va desde la encumbrada e inatacable labor literaria de Borges a sus tendenciosas y discutibles declaraciones políticas o a la calidad de las novelas de Mario Vargas Llosa frente a su recalcitrante y derechosa posición pública. En estos casos los aportes culturales se deberían independizar de la política o, al menos, acordar que expresan compromisos contrapuestos. Hay otros casos más difíciles de entender. Una de las obras escritas más profundas y, en su momento y todavía, en inusitada línea política de avanzada, Revolución y contrarrevolución en la Argentina, de lectura muy recomendable, contrapuesta a la decadente historia oficial mitrista, fue escrita por un lúcido autor y brillante hombre político de izquierda, Jorge Abelardo Ramos, que de manera lamentable e inexplicable terminó sus días como funcionario del que quizás fuera el gobierno más corrupto, conservador y entreguista que debimos padecer los argentinos. Este hecho por cierto que no empaña su obra.

Y aquí entra otra cuestión, o más de lo mismo. Si miramos la comprometida obra cinematográfica de Pino Solanas nos resulta fácil identificarnos con su alto valor cultural y político por más que nos cueste entender, y nos duela y nos provoque tristeza, el hecho de que en ciertas ocasiones, como político, se haya puesto del lado de la Sociedad Rural o ahora se haya sumado al conglomerado opositor de la más recalcitrante derecha. Creemos que hay cuestiones cuya intransigencia debiera ser absoluta. Ese es el principal argumento de Martín Sabbatella, el de la cultura de la coherencia política, al que nos enorgullece adherir.

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miércoles, 2 de diciembre de 2009

Nuestras vísceras en proyección

comentario sobre la película a estrenarse mañana:
“El último aplauso” de German Kral
por Néstor Jorge Dobal – 2 de diciembre de 2009

Ayer martes fuimos a otra función del Cine Club Núcleo. Daban “El último aplauso”, una película argentina desconocida de un director argentino también desconocido, German Kral, residente en Alemania desde hace varios años. Digo fuimos ya que siempre voy con dos de mis nietos menores, Manuel y Santiago. Menciono esto porque hace al comentario de la vivencia compartida. Mis nietos apenas pasan los veinte, son buenos estudiantes universitarios, les gusta el cine y son sensibles y nos agrada mezclarnos en esto de ir a ver películas con regularidad, expuestos a la incertidumbre de una programación que nos elige otro, y acompañarnos nietos y abuelo y charlar sobre este y otros asuntos.

Antes de entrar me ocupo de averiguar de qué va la peli para motivarnos. Esta vez leí que el tema era sobre unos cantores de tango veteranos que se habían quedado sin laburo ya que solían cantar en un boliche desaparecido, el Bar El Chino de Nueva Pompeya. No conocí este lugar pero hace unos años tuvimos la suerte, junto a varios amigos, de ver y emocionarnos con la hermosa película, opera prima de Daniel Burak, “Bar El Chino” y por eso esta nueva aventura pintaba como algo bueno. Pero en el fondo yo desconfiaba de que lo que podía gustarme a mi, porteño jovato amante del tango, le interesara a dos jóvenes con presumibles distintos centros de interés. Les conté de mi experiencia anterior. El programa que leímos tenía como siempre la ficha y un extenso e interesante comentario del director. Decía que la profesora de cine y directora alemana Doris Dörrie le había dicho en Munich, en ocasión de un viaje de Kral en 1999, “Germán, en BsAs tenés que ir a un bar muy especial y hacer una película sobre él”. Cumpliendo ese edificante mandato el discípulo visitó el lugar y comenzó a filmar. En posteriores viajes siguió filmando. El programa también contaba de los protagonistas del film y de la historia. Mi incertidumbre crecía. Y allí fuimos. Y comenzamos a recorrer ese sorprendente viaje por el mundo de las emociones compartidas.

La película nos cuenta de un templo, el Bar El Chino, y digo templo sin temor a cometer herejía ya que un lugar donde se cuecen las profundidades del espíritu y lo mejor de la vida como es el amor, la solidaridad, la fidelidad, la alegría, no tiene mejor palabra para definirlo aunque cierta limitadora ortodoxia lo pueda tildar de pagano. Y nos habla de sus encantadores y apasionados y apasionantes fantasmas y de las historias de vida de un puñado de seres entrañables. Y todo está tejido por Kral de una manera magistral, convirtiendo al film en un ejemplar modelo de cine documental, donde los detalles, en apariencia nimios como comprar flores, pasear al perro, visitar el cementerio, hacernos entrar en los cuartos de esas criaturas, tomar mate en sus cocinas, contarnos sus cuitas, asistiendo a sus cantos, va mostrándonos a los seres que ilustra como si los diseccionáramos en vida, como si los miráramos por dentro, al trasluz. Y también nos muestra nuestro propio interior, nuestras propias vísceras en proyección, nuestra ciudad como pertenencia territorial, nuestra capacidad para vincularnos con nuestros queridos congéneres, nuestros prójimos que sufren, se frustran, se conmueven, se alegran, como algunos de nosotros. Y también nos muestra cómo una señora europea, una directora de cine alemana, tiene la capacidad de ver y valorar lo que nosotros, aquí, a veces no valoramos, nos pasa de largo, y orienta a su discípulo que, por suerte, se conectó con el consejo y nos regaló este intenso y vibrante documento. Resulta altamente llamativo que haya sido otro alemán, Win Wenders, quien rescató, quizá como nadie, el tesoro escondido en los viejos cantantes cubanos gracias a su inolvidable documental “Buena Vista Social Club”.

En la exhibición de anoche ocurrió algo inusual, la gente aplaudió en varios pasajes en que estos hermosos tipos cantaban, y al final de la proyección llegó un aplauso sostenido que era como soltar tanta emoción contenida. Para mi satisfacción, mis nietos Manuel y Santiago compartieron la emoción, cosa que me alegró por su profunda significación de una generación habitual e injustamente subestimada. Y hubo un regalo adicional: estaban los protagonistas junto al director. La gente los rodeó para expresar su cariño y el director pidió al público que recomendara la película. Pedido obvio. Sospecho que va a tener muchos asistentes. Y que con sus protagonistas, Cristina, Inés, Julio César y Abel más la excelente y alentadora, por tratarse de jóvenes que se dedican al tango –esa cosa que algunos creen que es patrimonio exclusivo de los viejos-, Orquesta Típica Imperial, va a pasar lo mismo que con la revitalización tardía que le propició Wenders a través de su película a Compay Segundo y a sus acompañantes con sus éxitos postreros. Todos ellos se lo merecen.

Pienso que es un verdadero desperdicio, por no decir una tontería, privarnos de hacerle un regalo a nuestro espíritu dejando pasar esta cautivante película, “El último aplauso”, que pone lejos, por cierto, al mencionado como que fuera el último. Y tenemos que ir ahora, antes de que la pedestre especulación de los exhibidores la baje de cartel.
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sábado, 21 de noviembre de 2009

Vigencia de la política (una propuesta para el bicentenario)

Hace unos años nos visitó Lula da Silva. Vino a la CTA en ocasión de las Jornadas por el Nuevo Pensamiento que aquel año se organizaron en el Colegio Buenos Aires. Todavía no era Presidente del Brasil pero dejaba ver la sencillez y profundidad de su inteligencia. Nos regaló un discurso muy rico y claro, como siempre. Una de sus frases fue: Hacen mal los que afirman que la política no les interesa por que de ese modo la dejan en manos de los que sí les interesa.
Cuando uno busca en los diccionarios la definición de la palabra política se encuentra con distintas. Desde lo que significa como entidad filosófica hasta sus variados sentidos funcionales. De estas últimas destacamos: “Dicho de una persona que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado.” Alude, como habitualmente se dice, a los que “hacen la política”, a los políticos. Es muy distinto el alcance de la política como posibilidad potencial a lo que se reduce a su manejo en manos de los políticos. El dardo de Lula tiene dos destinos convergentes y reversibles: el desinterés de la sociedad por la política es, precisamente, lo que fecunda a la clase política que aquella misma detesta y, a su vez, la clase política detestable es la que, coincidentemente, genera, en una miserable estrategia, el rechazo de la sociedad para mantenerse en el lugar de privilegio que ocupa. La única forma de resolver este antiguo dilema es que la sociedad pase a ser la protagonista permanente de la política, no de vez en cuando como se le miente, como le vinieron mintiendo descaradamente los políticos interesados en monopolizar la cosa, con el ejercicio, cada tantos años, del voto sino todos los días, a cada momento ya que la vida social plantea, a cada paso, en cada rincón y en todo momento, cuestiones políticas a ser resueltas.
Otro de los mitos que vino a derrumbar la figura de Lula, y de otros como el caso de Evo, es que la política es patrimonio exclusivo de los doctos. Por esa intencionada mitología fue que la inmensa mayoría eran letrados, abogados más precisamente hábiles en desechar a los legos, o también militares confiables al poder sucesivo o exitosos comerciantes y hasta actores famosos pero jamás, jamás existían posibilidades de que el centro del escenario político de un máximo cargo fuera ocupado por un simple obrero mecánico, sin título doctoral alguno, y mucho menos aún por un indígena aimara.
Ciertos mitos aislados no molestan, son inofensivos. Lo que ocurre es que estos nunca están solos sino que se construyen a partir de determinados intereses: garantizar la correcta, para propio provecho, administración de los derechos. Uno de ellos, quizá el principal, es el derecho a la propiedad. Y la extensión de tal figura del derecho no se reduce a objetos menores, como lo suelen disfrazar los políticos administradores haciendo creer que la propiedad en cuestión se reduce tácitamente a la casita suburbana de un trabajador o a sus zapatillas compradas con el sudor de su frente, sino a una de las propiedades más emblemáticas y significativas del abanico de posibilidades: la tierra. Que no es lo mismo, por cierto, que el terrenito para levantar el rancho. Hablamos de enormes extensiones, latifundios que escapan a la imaginación de la gente sencilla, incapacidad funcional al sistema.
Un solo dueño tenía hace unos pocos años en el Sur del país más de 6 millones de hectáreas. Según cuenta Bayer en la Contratapa de Pág/12 de hoy, 21/11/2009, en el año 1879 el presidente de la Sociedad Rural Argentina, Martínez de Hoz, recibió del gobierno argentino la friolera de 2 millones 500 mil hectáreas; los Roca, Julio Argentino y su hermano Ataliva, “repartieron” 41 millones de hectáreas conquistadas “para el progreso”. Reparto que se hizo seguramente entre unos pocos destacados representantes de la civilidad nacional. Y esta situación de adueñarse de la Argentina, que representa ni más ni menos que hacerse dueños por derecho “constitucional” de grandes espacios de la tierra que la constituyen, se vino profundizando con negociados que conocemos poco en beneficio de naturales y extranjeros prominentes que vinieron a hacer negocio a este país tan promisorio.
Entre las maneras de concebir la tierra podemos citar:
• la metafórica, la que se refiere a que uno, como ser nacional, pertenece a una tierra que, según pintan los poetas, es la suya. Uno dice, soy argentino, ergo, la Argentina es “mi” tierra, como el título de la canción de María Elena Walsh, Serenata para la tierra de uno o la legendaria de Gardel y Le Pera, Lejana tierra mía aludiendo a toda la Patria aunque uno sea dueño nada más que de las que contienen sus macetas del patio o el balcón. Fuera de ello, y cada vez más desde que se estableció como mercancía, la tierra por lo común es de los otros, sus pocos dueños con nombre y apellido.
• la cosmovisión propia de los pueblos originarios, la Pachamama, madre tierra. Toda la naturaleza, por extensión, como divinidad proveedora y protectora con la que se establece una suerte de reciprocidad, tanto me das tanto te doy. La Pachamama tiene hambre frecuente y si no se la nutre con las ofrendas o si se la ofende provoca enfermedades. Ni más ni menos que lo que está ocurriendo en este loco proceso destructivo a que la somete la angurria humana.
• un recurso productivo, el más importante en tanto fuente suministradora de los medios indispensables para la continuidad de la vida y, al mismo tiempo, mediante la explotación depredadora y extractiva, fuente de negocios espurios.
Este último aspecto es el que exige una corrección al disparate que pone en serio riesgo a la continuidad de la vida en el planeta y probablemente al planeta mismo. Y vale hacernos la pregunta ¿cuál es la herramienta, la única para revertir de manera cada vez más perentoria esta situación? No hay otra que la política. Pero no la convencional, la que se somete a las condiciones que le imponen el capitalismo y sus sirvientes. Una política en que la inteligencia supere a la conveniencia bastarda. Una política manejada por los pueblos en beneficio de ellos y no por los políticos en beneficio propio. En nuestro caso, que los argentinos nos hagamos dueños de la política, y de la tierra, argentina.

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miércoles, 7 de octubre de 2009

*Película “Ceux qui restent” -Aquellos que permanecen- (Francia-2007) de Anne Le Ny

Para una semántica del cine
Néstor Jorge Dobal – 7 de octubre de 2009

Anoche con dos de mis nietos retomamos la sana costumbre de ir al Cine Club Núcleo. Pasaban una película francesa realizada en el 2007, Ceux qui restent, que aquí se da a conocer como Aquellos que permanecen, con guión y dirección, su opera prima en este rubro, de la actriz Anne Le Ny. Me pareció muy buena. Bien contada, filmada y actuada. De contenido profundo y a la vez entretenida. Pero además del buen gusto provocó en mi alguna idea que quisiera compartir.
La historia del film está centrada en un hombre y una mujer, Bertrand (Vincent Lindon) y Lorraine (Emmanuelle Devos). Ambos, personas atractivas de unos 40. Se conocen en un hospital. Él viene desde hace tiempo a visitar a su mujer, Cecile, que está internada en una etapa terminal. Y ella a su novio, Thomas, con una perspectiva también grave y de pronóstico desagradable. En el transcurso del film Bertrand y Lorraine se terminan atrayendo y enamorando mientras que sus respectivas parejas anteriores atraviesan situaciones límite. Así contado daría la sensación de tratarse de una historia lúgubre, en tanto gira sobre enfermedades terribles y muerte, y perversa, por mostrarnos dos actitudes de inoportuna y condenable infidelidad, lo cual dadas las circunstancias nos debiera provocar un previsible rechazo. Pero no. Todo está presentado de tal modo que no resulta así. Quedó demostrado con el aplauso que al terminar la proyección le prodigó el público y con sus gestos y comentarios de aprobación al salir, más allá de los méritos técnicos que la película sin duda tiene.
Da para preguntarnos ¿por qué? ¿Cómo pudimos salvar, en tanto espectadores, la condena ética que significaba enfrentar un episodio de naturaleza romántica y sexual a espaldas de sus dos parejas preexistentes, unos pobres y desgraciados enfermos? ¿Qué es lo que permitió que dejáramos de identificarnos con tales víctimas al cuadrado de la historia como resultan ser Cecile y Thomas?
Creo que la clave de la cuestión es una medida muy inteligente de la realizadora. Ninguno de los dos enfermos aparecen físicamente en la historia sino que lo hacen tan solo a través del relato de sus dos parejas, Bertrand y Lorraine y es entonces, al no estar en cuerpo presente, como si aquellos no existiesen. Como si fueran dos abstracciones. Y como tales nos resulta más fácil desvincularnos afectivamente de ellas y preferimos, antes que con la culpa que flota en el ambiente, identificarnos, por nuestra natural pulsión de vida, con el proyecto de los enamorados, a los que la historia nos induce a suponer, por una movida deliberada de sus piezas (el hecho de que la hija adolescente de Cecile abandone la casa y lo deje solo a Bertrand) y más allá de la transitoria separación con que culmina la película, que sus vidas después del fin acabarán unidas. Que es lo que en el fondo todos deseamos. Que la vida sea lo que sucede y que termine ganándole a la muerte.
Y aquí viene lo más sugestivo de la experiencia. Asistimos, como espectadores a la proyección de un film. La película se proyecta hacia nosotros quienes, a su vez, nos proyectamos hacia ella, identificándonos con sus criaturas, con la trama, con la historia la que, por un momento, hacemos nuestra. Es el triunfo de la vida. Y es nuestra propia existencia la que se enriquece, sumando un trazo vital en cada uno de nosotros. Y el acto se constituye en que podemos, en una sala en penumbras y rodeados de otros, la mayoría desconocidos, festejarlo juntos. Y nos vuelve a demostrar que la realización de una obra no se sustancia en el momento de producirse una película sino cuando la misma hace el amor con sus destinatarios, para alimentarnos recíprocamente.
Es cuando se consuma la magia del cine y se cristaliza como obra de arte. El resto le queda a lo que vulgarmente se llama la industria.
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jueves, 17 de septiembre de 2009

*Vigencia del libro: conservar o progresar (en dos partes)

Primera parte
Hace cerca de veinte años, con mi entrañable amigo Carlos Firpo, quien desde hace un tiempo se encuentra traveseando por las calles de Málaga, emprendimos una simpática aventura editorial. La cosa era publicar versos en un envase distinto al modo convencional del libro. Inspirados en la caja de los cigarrillos franceses, los Gitanes, queríamos reproducir la misma cajilla que contendría pequeñas hojas sueltas con las poesías impresas. La primigenia idea de Carlos fue comenzar con “El Romancero Gitano” de Federico García Lorca pero vimos que la extensión de algunos poemas complicaba el proyecto. Y pensamos en los tangos que, además de preferir la idea de incursionar en una cuestión de nuestra cultura intestina, la extensión de cada tango se acomodaba al tamaño de la tarjeta y, por otra parte, nos permitía encarar una propuesta no transitada hasta ese momento: editar pequeños volúmenes de este rico y no siempre bien valorado aporte cultural de las letras de tangos, separados por temas. Y así fue que vio la luz la colección de los Estrofasos (en adelante, E) con ilustraciones de destacados artistas plásticos que contenían 30 tangos sin filtro en cada título (atado) entre los diez publicados, los que fueron Cambalache (filosofía popular); Malevaje (de puro macho); Malena (pebetas y percantas); Cafetín de Buenos Aires (bodegones y escolaso); Sur (Buenos Aires y sus barrios); La calesita (de la evocación); Manoblanca (de carreros y de pampas); Los mareados (copa a copa); Tango (a través del tango) y Chorra (picaresca y buen humor. La colección completa llevaba una simpática cajita impresa y también podían adquirirse por atados sueltos. Cada título llevaba una suerte de introducción. En el primero de ellos, “Prólogo con variaciones”, Carlos y yo terminábamos declarando:
“Confesamos que nos divirtió la idea de este tierno chiste de los Estrofasos. Nos lo permitimos a partir de sentir el tango como parte nuestra. Y no es cuestión de caer en excesos reverentes con las propias entrañas. Ojalá sean muchos los que se dediquen a convidar Estrofasos a los amigos, novias y parientes. Nada más que por las ganas que tenemos de recuperar, cualquier día de estos, el sano vicio de cantar nuestra propia canción.” Porque esa era la idea precursora: convidar tangos, en lugar de cigarrillos, que no dañan la salud.
El éxito emocional que obtuvieron los E fue rotundo. A todos les encantaba. A nuestros amigos y a los extraños que se asomaban al asunto. A quién le llegó a sus manos un atado de E lo elogiaba y procuraba tenerlo, guardarlo, comprarlo, siempre que alguno de nosotros o algún promotor entendido en la cuestión le explicara al curioso interesado, probable cliente, de qué se trataba. Así pasó con funcionarios, artistas, diplomáticos, empresarios, profesionales, algunos de los cuales de gran cartel, que se entusiasmaron con está simpática y original idea. El resultado final de la aventura fue que nuestro narcisismo se sintió gratificado en abundancia. Pero no ocurrió lo mismo con nuestros bolsillos, ante la sorpresa de los amigos que no podían creer que tal cosa ocurriera con semejante iniciativa. Tratamos de buscarle la explicación.
La primera, obvia, es que lo emocional y lo comercial no van, precisamente, de la mano. Que cada esfera tiene sus reglas y que muchas veces llegan a ser antagónicas.
Voy a contar algunas breves experiencias con los E: el primer tropiezo fue con el encuadernado ya que la técnica de esta especialidad no estaba habituada a esta forma; luego con las distribuidoras (de libros) que se lo daban a sus corredores que llevaban en su valija varios títulos y aquellos se volcaban a los que, está probado, les reporta más comisión; les dejaban los E, sin muchas ganas, a las librerías en consignación; éstas, las librerías, no sabían dónde ponerlos, en las mesas se los robaban porque eran chiquitos o la gente los rompían cuando querían revisar el contenido; al final los exhibían al lado de la caja del negocio, donde no se veían y eso les complicaba el trabajo; los terminaban devolviendo; en la feria del libro había que estar al lado de la mesa porque también el público, en la ansiedad por saber qué era, los terminaban rompiendo; en los kioscos de revistas al ser tan chicos los complicaban a los diarieros que también los acababan devolviendo sin exhibir. En suma, la venta fue un fracaso.
La conclusión terminante fue que resultó insensato intentar la comercialización por el camino de los libros, con una forma tan nueva, distinta a la convencional, sobre todo si se carece de un aparato de promoción gigante que pueda imponer el peculiar envase, que exige una manipulación especial. Tratamos de venderlo como objeto pero no tenía un canal adecuado de salida ya que se trataba de un libro… que no era un libro. Por ende se convirtió en un dilema existencial, en la constatación dialéctica de que la forma hace a los contenidos y, finalmente en una resultante triste en el terreno de lo político ideológico: la evidencia de que en ciertas cosas no conviene ser progre; hay veces que no hay nada mejor que el conservadorismo. Al libro no hay con qué darle.
Con esta sentencia voy a comenzar mi próxima nota. Veremos.

Buenos Aires, 17 de setiembre de 2009.

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Segunda parte
Al libro no hay con qué darle. Con esta conclusión terminaba la anterior. ¿Es así?
Hace poco, charlando con mi amiga Rose, bibliotecaria de corazón, en una de esas ocurrencias informales, sanamente provocativas, le dije que los medios electrónicos terminarían desplazando al multisecular reinado del libro ¿Para qué? ¡No! Me dijo, con una sonrisa entre la ira y la suficiencia.
En realidad yo no tengo ningún interés ni el más remoto deseo de que el libro se llegue a morir. Comparto con Rose el amor hacia tan viejo como entrañable compañero pero, ahora me pregunto, ¿es el libro lo que amamos o es lo que él nos transporta, lo que nos cuenta, lo que nos historia, lo que nos poema? Hay veces nos cruzamos con libros detestables pero, en realidad, ¿es al libro lo que detestamos o es a su contenido, a su autor? El libro es, creo, el mensajero, que puede ser hermoso, tal como un mensajero bien ataviado, pero es sólo eso. Y nos parecerá tan bello, tan seductor, tan cálido, tan profundo como lo sea el mensaje que nos porta. Y por mucho tiempo fue el libro un mensajero exclusivo. Surgieron alternativas como el teatro o la radio o el cine que nos podían contar el mismo cuento, pero es otra cosa. No es la letra escrita, que nos deja el espacio para que levante vuelo nuestra fantasía, que nos deja ser los dueños del tiempo para nuestra vinculación con él, o volver atrás sus hojas y releer sus páginas. Y como objeto, hermoso aunque sea rústico en su forma, como esas ediciones baratas de bolsillo, en tanto que su contenido nos apasione, nos corte el aliento, como cuando estamos deseando retomar la lectura las veces que una inoportuna circunstancia nos interrumpe.
Mi idea, más allá de la provocación, es saber que los medios electrónicos están avanzando. Ya se dice que los diarios van reduciendo su tiraje debido a la competencia de Internet. Yo mismo dejé de comprar los diarios pues me resulta más fácil y operativo leer las noticias en la pantalla. Y al volver a casa, al día siguiente de la discusión con mi amiga, leí en la web de Clarín una noticia acerca de que se viene el libro electrónico, que es plegable y pequeño, como un libro o mejor ya que hay libros voluminosos que son difíciles de manipular, que este es fácil de transportar, que ya algunas editoriales están cargando los textos en la red, que hay librerías importantes como Amazón que ya ofrece obras vía electrónica a 10 dólares, que a efectos de evitar el rechazo están cuidando de generar un aspecto de impresión similar al del libro, que los textos uno los puede cargar electrónicamente sin necesidad de hacerlo mediante la PC, que el uso del papel se va tornando en un serio problema ecológico, que hay mecanismos que permiten que uno agrande la tipografía a su necesidad y a su comodidad visual.
Y para colmo de todas estas revelaciones acabo de crear mi propio blog y esto me abrió a otras sensaciones cuyas puntas me aparecieron ahora pero todo hace suponer que se irán abriendo muchas más al correr del tiempo y la experiencia. Primero la facilidad para hacerlo y luego una sucesión de ventajas como ser el buen aspecto visual de la página, la rapidez y sencillez para cargar los trabajos, la facilidad de la consulta, la posibilidad de aplicar correcciones, la enorme capacidad de difusión que tiene, la inmediatez en este sentido, lo económico del procedimiento tanto en la producción como en la difusión de los materiales, la facilidad para publicar y difundir los trabajos. Hay una frase atribuida a Borges que decía que publicar es el modo de dejar de corregir. Ya eso, en este caso, no cuenta.
Este mismo texto que estás leyendo, que ni bien termine de escribirlo estará, de inmediato, colgado en un sitio, en mi blog, al que podés acceder, estés dónde estés, siempre que haya acceso a la red.
Es tan abrumadora la posibilidad que se abre con este recurso en el campo de la cultura que nos resulta difícil dimensionarlo. Y que no lo podremos hacer si nos aferramos a los íconos conocidos, al conservadorismo. No tendremos, por lo visto, más remedio que hacernos progresistas.
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Buenos Aires, 18 de setiembre de 2009.
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*Estrofasos a través del tango - TANGO

FE DE NACIMIENTO

Para verle la cara a una ciudad
hay que andarle su espacio,
caminarle sus calles y sus parques,
mirar sus edificios, visitar sus lugares,
mezclarse en el vaivén inagotable
que se mueve en su gente...

Pero cuando uno quiere
meterse bien a fondo en sus entrañas,
hay que entrarle en el tiempo,
rescatar su memoria, transitar su cultura,
vibrar con su sentir, interpretar su canto.

El canto en Buenos Aires
es el tango.
Su sentir, su cultura, su memoria y su tiempo

Alguien, que nunca falta, puede decirnos:
¡no, la ciudad estaba de antes!

¿Qué le vamos a hacer?
Inútil que insistamos, si no entiende
que no estamos hablando de lo mismo;
que aquella Buenos Aires era otra,
en el mismo lugar y con el mismo nombre
pero, qué duda cabe, no había nacido ésta.

¿O puede haber, acaso,
alguna forma de imaginamos la identidad cabal
de la ciudad de Buenos Aires, muda?
¿Sin su tango?
¿Sin que un tango le asome por los poros?
¿Sin que un tango le corra por la sangre?
***
Noviembre de 1990

*Estrofasos de Buenos Aires y sus barrios - SUR

BIEN ARRIBA, EN EL SUR

Sur, paredón y después...
Homero Manzi

Hay cosas que resultarían graciosas. Por ejemplo que a una pelota de fútbol, justo cuando se está jugando el partido, algún despistado le quiera buscar una parte de arriba y una de abajo. Sin embargo, a esa otra pelota que no para de dar vueltas por el espacio casi del mismo modo y a la que estamos todos agarrados, hace mucho, unos ñatos muy serios, cuando se les dio por dibujarla le pusieron norte a la parte de arriba (que era donde estaban parados ellos; por las dudas, pa'no caerse) y el sur quedó para abajo (que es donde sobrevivimos nosotros, prendidos como podemos de las raíces).

Y asi quedó la cosa. Norte y sur; arriba y abajo; ricos y pobres;
lindos y feos. Juicios de valor, que le dicen...

Después… de tanto mirar el partido, aprendimos que la pelota no para nunca de dar vueltas. Y que hay momentos en que también estamos arriba.

Aquí tenemos unos cuantos tangos. Esa música popular que hay por el sur. Hablan de Buenos Aires. Una ciudad que también está en el sur.
Acá nomás. Bien arriba.
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Diciembre de 1990