jueves, 17 de septiembre de 2009

*Estrofasos de puro machos - MALEVAJE

¡QUE MACHOS AQUELLOS!
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Te quiero como a mi madre
pero me sobra bravura
pa'hacerte saltar pa'arriba
cuando me entrés a fallar.
El Negro Cele

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Ya la mano con las minas vino espesa desde antes de que, en aquella noche de garufa, ese tal Paris le piantara la paica Helena al compadre Menelao, armándose tal trifulca que el vecindario comentaba el asunto diciendo: ¡Uy Dioca! Ardió Troya...

Por ahí cerca había unos cosos con una sábana en la zabiola resolviendo sus entuertos a punta de cimitarra, midiendo su prestigio según la cantidad de grelas que cargaban a cuestas, encerrándolas con todos sus velos en un cotorro posta, que en la jerga bulinera de por aquellos lados se lo manyaba como el harem.

Estos ñatos cruzaron de vereda, se entreveraron entre gaitas y panderetas, coparon la banca y se amasijaron un toco de siglos enseñando sus buenas costumbres y aprendiendo a bailar fandango, sevillanas, tanguillos y otras cosas. Después algunos, más otros de barrios cercanos con parecidos berretines, rajándole a la malaria se tomaron el buque pa'estos pagos. La mayoría eran tipos. El minerío era escaso. Al llegar y juntarse con los de acá se hizo dura la pelea, por ganarse las mimos de una percanta. Y entró a tallar el macho. Personaje rudo de cachetada fácil y gesto parco.

Pero a no embalurdarse. No es invento de acá.
Lo copiamos de afuera, como otras cosas.
¿Que se coló en el tango? ¿Y de ahí?
Si total… ¡van quedando tan pocos!
Las minas, que eran su fundamento y su estandarte,
les tomaron el tiempo.
Y al final, siempre terminaban refugiándose en la vieja.
En el fondo eran tan tiernos...

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