miércoles, 2 de diciembre de 2009

Nuestras vísceras en proyección

comentario sobre la película a estrenarse mañana:
“El último aplauso” de German Kral
por Néstor Jorge Dobal – 2 de diciembre de 2009

Ayer martes fuimos a otra función del Cine Club Núcleo. Daban “El último aplauso”, una película argentina desconocida de un director argentino también desconocido, German Kral, residente en Alemania desde hace varios años. Digo fuimos ya que siempre voy con dos de mis nietos menores, Manuel y Santiago. Menciono esto porque hace al comentario de la vivencia compartida. Mis nietos apenas pasan los veinte, son buenos estudiantes universitarios, les gusta el cine y son sensibles y nos agrada mezclarnos en esto de ir a ver películas con regularidad, expuestos a la incertidumbre de una programación que nos elige otro, y acompañarnos nietos y abuelo y charlar sobre este y otros asuntos.

Antes de entrar me ocupo de averiguar de qué va la peli para motivarnos. Esta vez leí que el tema era sobre unos cantores de tango veteranos que se habían quedado sin laburo ya que solían cantar en un boliche desaparecido, el Bar El Chino de Nueva Pompeya. No conocí este lugar pero hace unos años tuvimos la suerte, junto a varios amigos, de ver y emocionarnos con la hermosa película, opera prima de Daniel Burak, “Bar El Chino” y por eso esta nueva aventura pintaba como algo bueno. Pero en el fondo yo desconfiaba de que lo que podía gustarme a mi, porteño jovato amante del tango, le interesara a dos jóvenes con presumibles distintos centros de interés. Les conté de mi experiencia anterior. El programa que leímos tenía como siempre la ficha y un extenso e interesante comentario del director. Decía que la profesora de cine y directora alemana Doris Dörrie le había dicho en Munich, en ocasión de un viaje de Kral en 1999, “Germán, en BsAs tenés que ir a un bar muy especial y hacer una película sobre él”. Cumpliendo ese edificante mandato el discípulo visitó el lugar y comenzó a filmar. En posteriores viajes siguió filmando. El programa también contaba de los protagonistas del film y de la historia. Mi incertidumbre crecía. Y allí fuimos. Y comenzamos a recorrer ese sorprendente viaje por el mundo de las emociones compartidas.

La película nos cuenta de un templo, el Bar El Chino, y digo templo sin temor a cometer herejía ya que un lugar donde se cuecen las profundidades del espíritu y lo mejor de la vida como es el amor, la solidaridad, la fidelidad, la alegría, no tiene mejor palabra para definirlo aunque cierta limitadora ortodoxia lo pueda tildar de pagano. Y nos habla de sus encantadores y apasionados y apasionantes fantasmas y de las historias de vida de un puñado de seres entrañables. Y todo está tejido por Kral de una manera magistral, convirtiendo al film en un ejemplar modelo de cine documental, donde los detalles, en apariencia nimios como comprar flores, pasear al perro, visitar el cementerio, hacernos entrar en los cuartos de esas criaturas, tomar mate en sus cocinas, contarnos sus cuitas, asistiendo a sus cantos, va mostrándonos a los seres que ilustra como si los diseccionáramos en vida, como si los miráramos por dentro, al trasluz. Y también nos muestra nuestro propio interior, nuestras propias vísceras en proyección, nuestra ciudad como pertenencia territorial, nuestra capacidad para vincularnos con nuestros queridos congéneres, nuestros prójimos que sufren, se frustran, se conmueven, se alegran, como algunos de nosotros. Y también nos muestra cómo una señora europea, una directora de cine alemana, tiene la capacidad de ver y valorar lo que nosotros, aquí, a veces no valoramos, nos pasa de largo, y orienta a su discípulo que, por suerte, se conectó con el consejo y nos regaló este intenso y vibrante documento. Resulta altamente llamativo que haya sido otro alemán, Win Wenders, quien rescató, quizá como nadie, el tesoro escondido en los viejos cantantes cubanos gracias a su inolvidable documental “Buena Vista Social Club”.

En la exhibición de anoche ocurrió algo inusual, la gente aplaudió en varios pasajes en que estos hermosos tipos cantaban, y al final de la proyección llegó un aplauso sostenido que era como soltar tanta emoción contenida. Para mi satisfacción, mis nietos Manuel y Santiago compartieron la emoción, cosa que me alegró por su profunda significación de una generación habitual e injustamente subestimada. Y hubo un regalo adicional: estaban los protagonistas junto al director. La gente los rodeó para expresar su cariño y el director pidió al público que recomendara la película. Pedido obvio. Sospecho que va a tener muchos asistentes. Y que con sus protagonistas, Cristina, Inés, Julio César y Abel más la excelente y alentadora, por tratarse de jóvenes que se dedican al tango –esa cosa que algunos creen que es patrimonio exclusivo de los viejos-, Orquesta Típica Imperial, va a pasar lo mismo que con la revitalización tardía que le propició Wenders a través de su película a Compay Segundo y a sus acompañantes con sus éxitos postreros. Todos ellos se lo merecen.

Pienso que es un verdadero desperdicio, por no decir una tontería, privarnos de hacerle un regalo a nuestro espíritu dejando pasar esta cautivante película, “El último aplauso”, que pone lejos, por cierto, al mencionado como que fuera el último. Y tenemos que ir ahora, antes de que la pedestre especulación de los exhibidores la baje de cartel.
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